Cuando definió a Cospedal y a Sáenz de Santamaría como «las viudas de Rajoy», el ex ministro Margallo hizo algo más que una broma cáustica. Con esa inteligente y vitriólica agudeza suya, que apenas dejó brillar cuando estaba en el Gobierno de España, el deslucido candidato a líder del PP acertó a definir en una sola frase el sentido de las recién celebradas primarias. Un duelo entre el tardomarianismo, representado por las dos damas, y el posmarianismo que el resto de los aspirantes encarnaba; entre la continuidad del legado presidencial y la necesidad de pasar página. Ésa sigue siendo la opción abierta tras la votación de unos afiliados que no han logrado proyectar una decisión clara, quizá porque el propio partido aún está lejos de asimilar la brusquedad con que se ha precipitado el cierre de una etapa. Lo que está en juego en la segunda vuelta, lamentablemente cerrada a las bases por un tic corporativo de desconfianza, es si la derecha española quiere prolongar un ciclo agonizante o abrirse a la renovación generacional, ideológica, de estilo y de caras. De momento hay una certeza incuestionable y es que el primer asalto lo ha ganado Soraya.
La exvicepresidenta, ejecutora primordial de la política de Rajoy y corresponsable de sus éxitos y fracasos -con la evitación del rescate y el referéndum separatista como hitos más señalados-, debe su trayectoria política, sus cargos y su influencia al dirigente retirado. Fue su longa manus, la que interpretó con precisión su concepto del poder como un ejercicio burocrático, la que depositó la estrategia de la Moncloa en manos de una brigada de abogados del Estado. Parlamentaria brillante y enérgica, nunca ha logrado ocultar su ambición de liderazgo pero tiene por demostrar la empatía social imprescindible para desempeñarlo. Para bien o para mal, no se le conoce otra eficacia que la de los despachos.
Pablo Casado es un valor por descubrir, y acaso ésa sea su mayor fortaleza. Se ha movido en la periferia del Gobierno con la vitola de una promesa, con voluntad de aprendizaje y la convicción de estar trazando una carrera. Se sabe el rostro de una generación a la espera, de un colectivo humano desdeñado por el pragmatismo marianista y su culto a la experiencia. Ese grupo, perteneciente al segmento sociológico en que el PP es electoralmente más débil, está esperando una oportunidad para irrumpir a desafiar con valores y ánimos nuevos a la izquierda. Es gente sin hipotecas con el pasado, sin dependencias ni nada que agradecer a sus antecesores salvo que les hayan cerrado la puerta.
Entre esos dos polos se juega el PP no su futuro, sino su destino. El arbitraje lo va a ejercer Cospedal, adversaria manifiesta de Santamaría y dolorida por una derrota que evidencia su falta de ascendiente sobre el partido. Paradojas de la política: a la viuda preterida le toca decidir la suerte de los huerfanitos.