eS curioso que el señor Torra, el mandatario xenófobo de la Generalitat, haya explicado claramente lo que el eventual presidente Sánchez y sus medios afines se empeñan en esconder a la opinión pública bajo cuatro capas de fruslerías marketinianas y guerracivilistas. Ayer, tras una ofrenda sentimental en un cementerio (nada gusta más a un nacionalista que entonar himnos y colocar coronas de flores), Torra recordó que Sánchez le debe su sillón a los separatistas: «El PSOE sabe que ha llegado a la presidencia por el voto de determinadas mayorías», soltó a modo de amenaza, mientras subrayaba que quiere la «autodeterminación», eufemismo ocioso de independencia.
La situación es desoladora, casi inconcebible: el Gobierno de España es hoy rehén de quienes cada día manifiestan que su objetivo inmediato es romper el país. ¿Y qué hace el eventual presidente Sánchez? Pues tragar silente ante todo tipo de afrentas a la nación, los españoles, su democracia y su Rey; no vaya a ser que los sediciosos perciban que no es tan entreguista como ellos presuponían y le decomisen la llave de la Moncloa que le han prestado.
Torra anuncia que rompe con el Jefe del Estado y lo boicoteará. ¿Qué hace Sánchez ante tan grave afrenta? Nada. Silencio. Torra monta un circo en Washington y desaira al embajador de España por señalar que no hay presos políticos. ¿Qué dice Sánchez en defensa del embajador de su país? Nada. Silencio. Torra y los suyos aprueban una moción en el Parlamento catalán que recupera otra, prohibida en su día por el TC, que iniciaba el proceso de la República. ¿Qué hace Sánchez? La Moncloa ordena a su prensa afín que oculte lo sucedido en el Parlament y no lo lleve a titulares. Pero no se puede ocultar un elefante debajo de una alfombra, así que el Consejo de Ministros del día siguiente se ve forzado a recurrir la moción separatista ante el TC, aunque el presidente sigue callado, sin una crítica. Por su parte la singular ministra portavoz, Isabel Celaá, que tantas tardes de gloria protagonizará, asombra a Hume, Locke, Montesquieu y Tocqueville con el hallazgo filosófico de la década: «La legalidad va por un camino y la política, por otro». ¡Pardiez! La gran Celaá acaba de dar carta de naturaleza a la política ilegal. Su mensaje es aberrante: tragaremos con todo con tal de que Sánchez tenga su foto sonriendo junto a Torra (o dicho de otro modo, para que Qim no desaloje a Pedro de La Moncloa).
Mañana es la gran cumbre planetaria Sánchez-Torra, que será conocida en el futuro como La Gran Caída del Guindo. Sánchez está a punto de descubrir lo que el viejo Mariano captó enseguida: no se puede hablar con un frontón. El único diálogo que admiten se llama «dame la independencia». Imposible acostarse con un tigre y que no te despanzurre. El separatismo es el virus que destrozará al alegre Gobierno de los gestos. De hecho ya lo está haciendo, aunque el presidente enamorado de sí mismo todavía no quiera verlo.