La pólvora aún humeaba en la playa de Omaha y el lado más oscuro del ser humano se seguía manifestando, impunemente, en los mataderos de Auschwitz, Treblinka, Manila y Singapur. Y aún faltaba el horror de Hiroshima, Nagasaki y Berlín. Pero eso no impidió que los inminentes vencedores de la II Guerra Mundial se reunieran para decidir sobre una cuestión prosaica pero vital: los fundamentos que regirían las relaciones económicas en la mitad capitalista del mundo bipolar que estaba a punto de nacer. ¿El objetivo? Acabar con el proteccionismo, esa sombra que hoy regresa encarnada en un presidente estadounidense desbocado.