Por supuesto que para hacer una serie de éxito para la televisión no vale con seguir una serie de pasos como si se estuviese cocinando una receta o resolviendo una regla de tres. El público seriéfilo es exigente e imprevisible, además de estar saturado por una oferta de series casi infinita. De unos años para acá el género viene viviendo un auténtico renacimiento, y todos los meses se presentan decenas de series nuevas que luchan por captar la atención del público.
En un mercado tan competitivo hay que medir al milímetro todos los elementos de la ficción y calibrar con exactitud a qué sector del público va dirigida la serie. Esto último es de vital importancia, pues de afinar en el «target» de la serie dependerá que su trama y sus personajes sean capaces de generar empatía entre los espectadores. Lo esencial en una serie, que se consume en píldores de una hora, es atrapar al público de una forma efectiva, y lo mejor para lograrlo es apuntar al corazón.
Los cimientos sobre los que se construye una serie son sus personajes, que deben ser carismáticos y atractivos (no necesariamente por su físico, sino por su forma de entender y afrontar la vida). Como ejemplo podríamos citar a Merlí Bergeron, el profesor de filosofía que protagoniza «Merlí»: un personaje que puede caer mal, pero nunca dejar indiferente. Su magnetismo, el atrevimiento y la ironía con la que habla le convierten en el protagonista ideal para una serie.
Además del carisma que tenga o deje de tener un personaje, hay algo definitivo para atrapar al espectador, que desea empatizar y verse identificado con lo que le sucede a ese personaje. La audiencia, si se ve reflejada en los problemas y las preocupaciones de un personaje, establece una relación afectiva con la serie que le tendrá en vilo hasta el último capítulo.
No obstante, no es suficiente con unos personajes bien construidos y capaces de emocionar a los espectadores. En cualquier película o serie, como en la vida real, un personaje está inextricablemente unido a su contexto y a su pasad
o, que condicionan sus acciones. De poco servirá que un personaje tenga todo el encanto del mundo si el guion no sustenta una trama que merezca la pena seguir.
Tejer una estructura narrativa con gancho, adictiva para la audiencia, es el gran reto al que se enfrenta el director de una serie. La estructura en capítulos permite, si el guionista es mañoso, jugar con el suspense y la intriga para mantener al espectador en tensión. Respecto a la temática no es necesario ser muy creativo, las de siempre dan resultado: un amor juvenil, dramas familiares, crímenes y misterios sin resolver. Pero no hay que olvidar que el público es exigente y no dudará en dejar la serie a medias si le aburren con rodeos o si a la trama le falta chispa.
Por último, para poner la guinda al pastel viene muy bien contar con una fotografía adecuada, para que la presentación estética de la historia sea lo más sugerente posible. Una ambientación verídica, que realce el realismo de la serie, también es un punto a favor muy a tener en cuenta. Ya solo faltaría un poco de modestia para no robarle demasiado tiempo al espectador y alargar innecesariamente los capítulos: 50 minutos es la duración perfecta.