Bien es sabido que, en su prolífica andadura, dentro del género dramático, William Shakespeare escribió comedias, tragedias y dramas históricos. Es la tragedia shakespeariana, no obstante, la que nos revela de forma más poderosa las luces y las sombras del corazón humano. Poesía y psicología caminan unidas en el certero y tremendo retrato de cada uno de los héroes trágicos, que llevan la tragedia dentro de sí por ser grandes y vulnerables a un tiempo. Al periodo en que Shakespeare concentra sus tragedias, la gran mayoría exceptuando Romeo y Julieta, que pertenece a los primeros años de su producción, se le ha llamado «período oscuro», pues el mal, que anida incluso en caracteres nobles, está siempre al acecho y, una vez encuentra salida, se apodera de todo y de todos, ocasionando víctimas inocentes y ocasionando también víctimas que son a un tiempo verdugos, ya que, pese a su nobleza, o precisamente por ella, cometen terribles errores de consecuencias aún más terribles: víctimas de otros y de su propio carácter, se hacen víctimas a sí mismos y a los inocentes anteriormente aludidos.
Beatriz Villacañas, poetaEn su producción dramática Shakespeare no es sólo un dramaturgo y un psicólogo excepcional, es también un poeta, tan poeta como en sus poemas Venus y Adonis, La violación de Lucrecia y sus 154 Sonetos. Sublime es la poesía que articula la palabra de Hamlet, la de El Rey Lear, la de los protagonistas de El sueño de una noche de verano, la de Macbeth, la de La Tempestad y, podemos decir, la de todos sus dramas. Shakespeare, poeta en cada una de sus obras. Cómo vibra, poderosa e implacable, poesía de las tragedias y de los sonetos de Shakespeare. Pero hay una diferencia: en la tragedia, Shakespeare ahonda en el mal, en el dolor, en el error humano, todo ello irreparable. Sombrío, perturbador el panorama. En los Sonetos, y esto es muy digno de resaltar, Shakespeare muestra una fe absoluta en el amor, en el poder del amor sobre el tiempo, especialmente sobre el tiempo y sus estragos, el tiempo que arruga mejillas y debilita los cuerpos, «No es el amor el juguete del tiempo», nos dice en el soneto 126, «aunque al compás de su guadaña caiga la frescura de labios y mejillas; / no se altera el amor con sus fugaces horas y semanas:/ sobrevive hasta el mismo fin del mundo». Más allá del rostro sombrío, aunque extraordinariamente hermoso, de la tragedia, Shakespeare nos muestra la luminosa faz de quien cree, como Dante que «El Amor mueve el sol y las demás estrellas».