“Opaco” vino a Madrid a pasearse. Lo tenía claro. Salió al ruedo en cuarto lugar. Sorteado por David Mora. Ya se le vieron las maneras nada más asomar por toriles. Como quien se despierta de la siesta y se enfrenta, de pronto, sin cafelito de por medio, a 20.000 personas. Una locura. Desidia debió sentir. Pereza total. Atolondrado. “Opaco” protagonizó la historia desde entonces del toro no bravo. El no bravo que huyó de capotes y personas y buscó la salida por toriles. No consintió ni un solo lance, ni un relance, ni un atisbo de algo que se le pareciera. Le pidió David Mora el cambio de tercio ante esta situación y el presidente optó por atajar el problema a las bravas, las carencias del toro, y más que cambiar el tercio cambió al animal al completo. Se armó una buena. Reglamentariamente dejaba vacíos. Salió el sobrero de José Cruz y estaban los ánimos revueltos, eso sí, más despejados de lo que habían estado toda la tarde. Fue toro bueno, noble y repetidor, pero la cosa no fue. Sí en los comienzos, relajado Mora y bonito el toreo. Después se diluyeron uno y otro y la faena acabó por atascarse.
643 kilos tuvo el quinto. Una barbaridad y una exageración. A todas luces. O sin ellas. Salió el toro. Bueno se asomó más bien como una amenaza de la mansedumbre anterior. Pero esta vez el banderillero se hizo con la situación y salió a escena después Juan del Álamo. Nobleza y sosería el toro. Extensión una faena que no acabó de levantar el vuelo. Nobleza y repetición había tenido el segundo, que acudió al engaño con más inercia que entrega y escasa humillación, pero se dejaba hacer. En esa misma dinámica de no apretarse en el engaño diseñó Juan del Álamo la faena, correcta pero punto por fuera. Cumplidora pero sin grandes aspiraciones.
Antes, en el tercero, hubo un intento, como en mitad de la nada, de querer despejar la tarde, aclarar las ideas, renovar las ilusiones, enmendar la séptima de abono, rescatarnos del aburrimiento que, poco a poco, iba anidando en los tendidos. Poro a poro. Sin fisuras. El intento, hablamos en singular hasta entonces, acaeció en el tercero, en el saludo de capa, cuando a la mitad, quiso José Garrido torearlo a la verónica pero de rodillas. Intento frustrado. Se valora. Todo. Y más cuando no se tiene nada. Iba y venía el toro con cierta largura y ninguna apetencia. Así la faena de Garrido se convirtió en los siguientes intentos que, en verdad, no nos llevaron a ninguna parte. El sexto soltaba la cara, el cabezón, y llenó la faena de amargura ante la imposibilidad de lucimiento.
Entre silencios había transcurrido la faena de David Mora al primero de la tarde. Se movió el toro, sin humillar, con sus complicaciones, y más agradecido cuando el toro se sentía sometido y rompía la embestida hacia delante. La faena de David no rompió la frialdad que imperaba en el ruedo venteño. Y nos esperaba más. Y nos esperaba todo. Una tarde de gigantones, y frío, para el olvido.