Consumado ya el ‘plan D’, merced al cual el cuarto candidato a la presidencia de la Generalitat, Quim Torra, ha sido investido por el Parlament gracias a la aquiescencia de la siempre vidriosa CUP, conviene hacer algunas consideraciones. Pocas, pero precisas y rotundas.
El nuevo president, al que podemos calificar sin ambages de ‘títere’ del prófugo Puigdemont, ha trazado un discurso delirante y provocador. No esperábamos otra cosa tras el conocimiento público de ‘tuits’ y artículos del pasado en los que, este abogado, editor y ex agente de seguros, llevado por un odio xenófobo y ancestral y más propio del convulso período de entreguerras europeo que del siglo XXI, insulta a los españoles y los tilda de ‘animales’, ‘seres que ‘solo saben expoliar’ y que, como la energía, ‘no desaparecen, solo se transforman’. Una arquitectura mental que a muchos les ha sonado puramente fascista y les ha trasladado, mentalmente, a los primeros compases de la República de Weimar. Una intervención parlamentaria en la que, el President Quim, dibujó un país de ‘maravillas’ cual reino de Alicia. Una tierra de la que casi ‘manará leche y miel’, al estilo de la prometida al pueblo judío en el Antiguo Testamento. Ahora ya tenemos la confirmación de que la columna vertebral de su Ejecutivo será la reivindicación permanente del supuesto e ilegal mandato del 1 de octubre de 2017, hasta la constitución de una irreal república (la minúscula es intencionada), de la que, supongo, expulsarían a las pocas horas de su constitución a todos los catalanes no independentistas.
Es evidente que ahora, la intención de este nuevo Gobierno que formarán al alimón los escombros de la antigua Convergencia y sus socios de ERC, será estirar los tiempos hasta el momento en el que tengan lugar las vistas judiciales de los políticos presos; Junqueras y compañía. Y convocar unas nuevas elecciones cuando más convenga a sus intereses. El desafío al Estado es, sigue siendo, extremo. Lo llevarán hasta el límite y lo adobarán con una agresiva campaña de propaganda, interior pero sobre todo exterior, regada abundantemente con dinero privado, sabido ya que el Ministerio de Hacienda del siempre eficaz Cristóbal Montoro, hace tiempo que ha estrechado el cerco a estos peligrosos fanáticos que se empeñan en conducir a Cataluña hacia el abismo y en colocar a España ante su mayor desafío de los últimos siglos. No pierdo de vista que, en lontananza, el PNV vigila todo el proceso para continuar sacando petróleo de sus cinco escaños en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo.
La comunicación, ‘estúpidos’... ¡la comunicación!
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Será vital que el Gobierno central articule una estrategia de comunicación fuerte e inteligente. Y sin complejos. Una estrategia, repito, en la que expliquen con claridad a lo largo y ancho del mundo democrático y civilizado, que España ha sido siempre una nación política unitaria, a diferencia de mi patria, Italia, de Alemania o del Reino Unido. Y que los derechos forales vacos o navarros, que persisten aún hoy, o la autonomía y el autogobierno del que disfruta Cataluña, al igual que otras comunidades, no debe confundirse ni interpretarse como un reparto pactado de soberanía, aunque pueda serlo de jurisdicción. Como mucho, Cataluña puede ser una nación natural con derecho a un nivel de autogobierno, pero nunca una nación política soberana con derecho a un Estado propio separado de España. Esto es lo que el Gobierno de España deberá explicar con claridad y con firmeza en los próximos meses en todas las cancillerías. Rajoy y los suyos, en representación de la mayoría de los españoles, no pueden dejar ganar más terreno al victimismo ni a la falsa propaganda independentista.
Particular interés tiene la posición de la CUP, extrañamente coincidente -en mi opinión- con los intereses del Gobierno de Mariano Rajoy. Si a alguien le quedaban dudas, los antisistema facilitaron con su abstención la investidura de Torra. A renglón seguido, eso sí, anunciaron una dura oposición. Curioso. ¿Será que a los ‘anarcos’ no les interesan unos nuevos comicios? A quien no interesan, desde luego, es al PP. En su momento más delicado, con unas encuestas abiertamente hostiles y una tormenta de corrupción que no amaina, tal vez al presidente del Gobierno no le venga mal algo de ‘cuanto peor, mejor’, para que aflore su casta política. Mejor un iluminado a los mandos de la Generalitat, que posibilite una clara visibilidad de un Gobierno central fuerte que ponga toda la carne jurídica en el asador, que unos nuevos e inciertos comicios de aquí a pocas semanas. Una convocatoria que hubiera destrozado del todo al PP en Cataluña. No se pierda de vista la renuncia del Ejecutivo a recurrir el famoso voto delegado, que motivó la infantil pataleta de Rivera en el Congreso. Sí, a muchos puede parecerles una estrategia muy arriesgada... pero es una estrategia. Y puede salir bien. Solo el tiempo lo dirá. El finísimo líder gallego, pendiente como nadie de la aguja de marear, es capaz de eso y de más.
Nos esperan, en cualquier caso, tiempos duros. Tiempos en los que los políticos deberán estar a la altura de lo que esperamos de ellos todos los demócratas que, independientemente de nuestras particulares opciones políticas, les hemos votado. TODOS los constitucionalistas tendrán que estar más que nunca UNIDOS, cualquier quiebra en la unidad constitucional será aprovechada por Quim, Carles y compañía para sacar tajada para la utopía independentista.