'Fake news', posverdad y desinformación son conceptos con un punto en común: los tres implican una distorsión deliberada de la realidad. Mientras los dos primeros son relativamente recientes, la desinformación tiene su origen en la Revolución Rusa y formó parte de la doctrina militar de la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Cuando detrás de una ‘noticia falsa’ hay una estrategia para socavar la capacidad de respuesta del enemigo -militar, económica o política-, se puede hablar de desinformación.
Internet y las redes sociales han supuesto una oportunidad como democratizadores de la información, pero también se han convertido en la tubería por donde circula la manipulación. El resultado, pérdida de calidad informativa y falta de ética profesional. En este contexto, el periodismo debe volver a su razón de ser y misión: escarbar entre la marea de información, verificar y atenerse a la verdad.
La analista Mira Milosevich y la periodista Gloria Lomana analizan esta cuestión, que prueba cómo la democracia digital puede volverse en contra de los ciudadanos. Cuando la posmodernidad defiende que hay tantas verdades como percepciones y las fake news se replican 70 veces más, la desinformación puede influir en los procesos democráticos. La conversación se sitúa entonces en el terreno de la legislación, que se hace necesaria en lo que respecta a ciberseguridad pero que no debería evitar la apelación a la responsabilidad individual y al criterio de los ciudadanos para distinguir verdad de mentira. A un año de las elecciones al Parlamento Europeo, este debate es capital