Real Maestranza de Sevilla. Undécima de abono. Toros de Jandilla y uno, el 4º, de Vegahermosa, desiguales de presentación y terciados. El 1º, deslucido, se echa; el 2º, noble y de buena condición; el 3º, a menos; el 4º, noble pero justo de fondo; el 5º, paradote y brusco; y el 6º, mansito, noble y rajado. Lleno de «No hay billetes».
Antonio Ferrera, de azul marino y oro, pinchazo, estocada
(silencio); estocada (silencio).
El Juli, de tabaco y oro, estocada caída (vuelta al ruedo tras
petición); media baja (silencio).
Roca Rey, de blanco y oro, estocada (saludos); pinchazo, aviso,
estocada (saludos).
No hizo honor al nombre. «Opaco» no fue. Eran las manos de El Juli las que quisieron ser transparentes y lúcido el toreo de nuevo. Otra vez. Sevilla en el calendario. La Maestranza en el corazón. Replicó a Roca en el quite, ese quite presidido por la quietud y tan variado que cuando comenzó y acabó, la amnesia me impedía recordar el nombre, de haberlo. #Detodounpoco. Algo así. El Juli replicó con dos bellas chicuelinas de manos muy bajas y una tijerillas, que cortó a fuego el viento y entusiasmó. Un revuelto de emociones. Vino faena bonita después, porque hubo búsqueda y encuentro. Colocaba muy bien la cara el toro y con nobleza. Vertical, hasta el final y con los vuelos. Tras los vuelos de la muerte fue el toro, entregado el torero, vaciando la embestida un cuarto más allá y bajo el coro del olé, que no hay música más honda. Al sentir el cuajo al natural se vació después en una tanda diestra soberana rematada con un pase de pecho a la hombrera. Era la tarde de su regreso. Se notaba. Esa luz. La estocada abajo afeó lo hecho y el trofeo se pidió pero el palco no quiso.