No es un virus, ni una bacteria. No se transmite por microorganismos a través de un estornudo ni por usar la misma cuchara. Sin embargo, su patrón de desarrollo sí es contagioso, a pesar de que hablamos de la obesidad, una patología que, según los últimos estudios, «se pega» a través de lazos personales tanto en adultos como en niños. Así lo confirma un trabajo publicado en la revista «Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine», elaborado por la Universidad del Sur de California después de analizar a las familias que viven transitoriamente en diferentes bases militares de EE UU.
Las conclusiones afianzan la teoría de que «existe un efecto contagio entre personas obesas, ya que encontrarse dentro de una red social con un alto nivel de obesidad aumenta el riesgo de elevar el Índice de Masa Corporal (IMC) un 25% en el caso de los adultos y un 19% en niños. El incremento se produce por la imitación de comportamientos que desencadenan la enfermedad y por la normalización del problema», según las investigadoras, quienes han observado el fenómeno contrario también, ya que «cuando una familia se traslada a un condado con menor tasa de obesidad, el riesgo de padecerla baja un 29% en adultos y un 23% en el caso de los niños».
Esta hipótesis marca un antes y un después. Prueba de ello es que en el último Congreso de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad, Seedo, celebrado en marzo, la conferencia inaugural se centró en el efecto contagioso de esta epidemia de la mano de Alberto Goday, jefe de sección de Endocrinología y responsable de la Unidad de Atención a la Obesidad Grave del Hospital del Mar de Barcelona, quien confirma a A TU SALUD que «esta teoría se está empezando a explorar desde hace poco. Existen estudios muy recientes que corroboran que el patrón de desarrollo de la obesidad es muy parecido a los agentes infecciosos. En 2017, una investigación de la Universidad de Harvard reveló que cuando una persona tiene obesos en su círculo más cercano, como pareja o amigos, las posibilidades de que engorde considerablemente se disparan hasta un 50%».
Con estas cifras sobre la mesa, la pregunta del millón pasa por responder a cómo se produce el contagio. «A priori, podría pensarse que es una cuestión de afinidades personales, es decir, se busca a una pareja similar a ti o amigos que te acepten socialmente, pero hay otros factores determinantes. La imitación de los comportamientos de alimentación y el estilo de vida es clave, pero también influyen las características urbanísticas del lugar de residencia, ya que algunas ciudades ofrecen más opciones para realizar actividades al aire libre; el estatus social, con mayor tendencia a la obesidad cuando se tienen menos recursos económicos; las sustancias que hay en el ambiente (contaminantes persistentes ambientales) que pueden intervenir en la enfermedad, o, también, la microbiota, ya que un reciente estudio publicado en ‘‘Science’’ confirma que la obesidad está muy determinada por la composición de nuestra flora intestinal y esa microbiota se asemeja mucho entre las personas que conviven juntas, por lo que puede ser una nueva diana terapéutica para atajar el problema», argumenta Goday.
Causa Multifactorial
El posible efecto contagio debe sumarse a otros muchos factores. «La obesidad es una enfermedad multifactorial, en la que influyen varios parámetros. Hay un componente genético que facilita que unas personas desarrollen obesidad más fácilmente que otras, aunque la ingesta calórica sea similar. Esto viene determinado porque ciertos individuos tienen mayor facilidad para extraer y absorber los nutrientes. El componente genético puede ser hereditario, lo que facilita que padres obesos tengan hijos y nietos obesos», apunta Jaime Ruiz Tovar, director de la Unidad de Obesidad de la Clínica Garcilaso de Madrid, quien hace hincapié en otro factor básico, que es el estilo de vida: «Es más agradable al paladar comer alimentos hipercalóricos ricos en grasas, azúcares refinados y carbohidratos simples que verduras hipocalóricas. Si a ello añadimos que la actividad laboral es sedentaria y que la física es mucho menor que las calorías ingeridas, se entiende que este balance positivo de energía se acumula en el organismo en forma de grasa».
Con todo ello, la influencia del contagio es, si cabe, más preocupante en niños. «El sobrepeso u obesidad en la infancia produce un aumento de las células adiposas, que liberan una serie de hormonas que favorecen la mayor absorción de alimentos y su mayor aprovechamiento metabólico. Esto, añadido al sedentarismo con bajo gasto calórico, favorece el almacenamiento del exceso de calorías ingeridas en estas células adiposas. Varios estudios han demostrado que la obesidad infantil es uno de los principales factores predisponentes a la obesidad adulta. Precisamente esto es lo que hace más preocupante considerar que un 15% de nuestros hijos presentan obesidad infantil. A nivel conductual, los malos hábitos de vida adquiridos en la infancia son difícilmente modificables en el futuro», afirma Ruiz Tovar. En esta misma postura se sitúa Nuria Vilarrasa, coordinadora del Grupo de Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, SEEN, quien recuerda que «la dieta de los niños y adolescentes españoles se caracteriza por un exceso de carnes, embutidos, lácteos y alimentos de gran contenido energético, como dulces, bollería industrial y refrescos carbonatados (ricos en grasas y azúcares refinados, respectivamente) y por un déficit en la ingesta de frutas, verduras, cereales y legumbres, sumado a que el ocio es cada vez más sedentario».
Tener unos kilos de más o padecer obesidad se ha convertido en una cuestión cada vez más cercana en la sociedad, hasta el punto de que el problema parece haberse normalizado socialmente. «La sociedad sigue sin identificar la obesidad como un problema de salud, sino como algo estético, por ello es fundamental tomar conciencia de que mata, pues tiene un gran impacto en la salud y un elevado coste económico», resalta Francisco Tinahones, presidente de la Seedo. No en vano, las consecuencias para el organismo son muy graves, «ya que es el principal factor de riesgo para presentar enfermedades cardiovasculares y éstas son la primera causa de mortalidad en nuestro país. La obesidad se asocia al desarrollo de diabetes, hipertensión arterial, hipercolesterolemia, apnea del sueño, problemas articulares e incluso ciertos tipos de cáncer, como el de mama en la mujer, el de próstata en el hombre y el de colon en ambos sexos. Aparte, a nivel psicológico, favorece estados ansioso-depresivos, por la baja autoestima del paciente y su mala calidad de vida. Y un trabajo reciente de investigadores y cirujanos de la Universidad de Almería ha demostrado que afecta seriamente a la vida sexual de los pacientes obesos y tras someterse a cirugía este aspecto mejoró drásticamente», añade Ruiz Tovar.
Herramienta de cura
La nueva hipótesis del contagio puede ser una herramienta muy útil para atajar la obesidad. «El efecto contagioso también se observa en el tratamiento de la obesidad. De hecho, diversos estudios han demostrado que cuando se prescribe tratamiento para perder kilos en un individuo, el efecto sobre la mejoría de los hábitos de vida saludable y la pérdida de peso se observa o contagia también en su entorno. Esto es lo que se denomina efecto halo, y ha sido demostrado en distintas opciones terapéuticas de la obesidad», confirma Goday. Y así lo ratifica Vilarrasa, quien asegura que «el seguimiento de una alimentación variada y equilibrada en un miembro de la familia que repercute positivamente en su entorno permitirá planificar estrategias terapéuticas de pérdida de peso más coste-efectivas». En esta línea, Goday adelanta que «en España se está desarrollando el estudio Predimed plus para comprobar cómo ese efecto contagio resulta beneficioso en el entorno. Todavía tenemos resultados muy primarios, pero sí se confirma que existe un impacto positivo en las familias. Trabajamos para saber más de la enfermedad con el fin de prevenirla y tratarla mejor».