Valladolid vive, desde hace unos años, un crecimiento de inmigrantes llegados del África subsahariana, en su mayoría, atraídos a nuestra Comunidad en busca de la paz que no tienen en sus países de origen y un proyecto de vida que les permita desarrollarse como personas.
En este sentido actúa precisamente la Fundación La Merced en su sede de la capital, desde donde acoge a emigrantes en riesgo de extrema necesidad, en situación irregular, que hayan alcanzado tierras españolas en patera o saltando la valla en Ceuta o Melilla y que tengan entre 18 y 24 años.
Debido a los requisitos que deben cumplir para entrar en la Fundación, todos ellos han estado antes en centros de internamiento de extranjeros (CIE) o de estancia temporal de inmigrantes (CETI).
Ubicada en el vallisoletano barrio de La Victoria, en la parroquia de La Merced, la Fundación del mismo nombre hace de casa de acogida de un pequeño grupo de estos jóvenes en el marco de un programa de ayuda humanitaria del Ministerio de Empleo y Seguridad Social.
Uno de los trabajadores del centro, el educador social Fernando del Pozo, recuerda siempre una de las frases que le dijo el pasado invierno un joven de Senegal: «Nous sommes la nourriture des poissons» (Somos la comida de los peces, en español).
Él, como muchos otros, se subió a las pateras en las costas marroquíes sabiendo que acabar en el mar podía ser una de las opciones.
Todos dejan en sus países a su familia y amigos, y algunos incluso estudios universitarios. Sin embargo, otros llegan a La Merced sin saber leer ni escribir, lo que supone un reto aún mayor para su integración.
En lo que todos coinciden es que es en España cuando descubren la realidad de la situación económica y social que, aunque no cumple con la idea de la «Europa paradisíaca» que les habían prometido en su lugar de origen, «es mejor que lo que teníamos allí», sostienen.
El sueño de muchos de ellos es ser futbolista, por lo que los lunes practican este deporte con estudiantes voluntarios del cercano colegio Cristo Rey. Sin embargo, saben que no vivirán de ello, por lo que se preparan para ser cocineros, soldadores o fontaneros.
También acuden a clases de Ciudadanía Española en la vallisoletana Red Íncola y se les enseña a cocinar, español, necesidades básicas de higiene y cuidado personal y limpieza y gestión de un hogar para que puedan ser independientes, al tiempo que la Fundación gestiona sus documentos para que logren tener los papeles en regla.
Además, una de las curiosidades del programa es que cada joven recibe 51 euros mensuales por parte del Ministerio y un día a la semana, los que rinden culto a la religión musulmana acuden a la mezquita del barrio de Pajarillos o rezan en el centro, una parroquia cristiana.
Arraigo y despoblación
Ellos quieren quedarse en Valladolid y hacer en la ciudad su proyecto de vida, pero su caso no es el de todos los inmigrantes que llegan. Fuentes de la Diputación provincial aseguran a LA RAZÓN que los refugiados que llegaron a esta zona el pasado año, una vez obtenida la documentación que les acredita como tal, decidieron desplazarse hasta ciudades más grandes en busca de mayores posibilidades.
Por su parte, un estudio de la Universidad de Valladolid sostiene que «el arraigo de refugiados en los pueblos de la provincia puede ser una solución a la despoblación y una herramienta para ofrecer oportunidades a estas personas», en palabras del líder del proyecto, Martín Rodríguez, a este diario.
Sin embargo, desde la institución provincial afirman que «lo primero es generar empleo y ofrecer servicios para que los habitantes no se marchen y tengan un futuro».