El «Centauro de las Marismas» fallecía en la madrugada de ayer a los 93 años de edad en Sevilla tras una repentina bajada de su ritmo cardíaco. Un icono irrepetible, valorado por muchos como el rejoneador más relevante del pasado siglo, al que el mundo del toro y en particular el rejoneo estarán eternamente agradecidos. La capilla ardiente fue instalada ayer en su Rancho el Rocío y el funeral será celebrado en la tarde de hoy a las 16:00 horas en la Parroquia de La Granada de su localidad natal.
Nacido en la Puebla del Río (Sevilla), el 18 de marzo de 1925, Ángel Peralta Pineda era hijo de ganadero, lo que le permitió vivir una infancia entre fincas de reses bravas. Su enfervorizada y precoz pasión por el caballo le empujó un 19 de febrero de 1945, a debutar en la Pañoleta (Sevilla), y a tomar la alternativa en Las Ventas un 19 de abril tres años después. Está considerado como el padre del rejoneo moderno en España, aportando nuevas suertes, como las cortas a dos manos o las rosas. Entre sus mayores hazañas siempre destacará la actuación en Madrid que le valió las cuatro orejas y rabo en 1971. También son muy recordadas sus cuantiosas actuaciones junto a su hermano Rafael. A esta hermanada dupla se unían frecuentemente dos de los rejoneadores con mayor cartel de los años 60 y 70, Álvaro Domecq y el portugués José Samuel Pereira «Lupi», una combinación que acabó siendo bautizada como los «Cuatro Jinetes del Apoteosis», la cual protagonizó el primer cartel de rejones de la Feria de San Isidro.
El caballista sevillano firmó una de las más longevas trayectorias, que se extendió hasta las 55 temporadas, rondando el centenar de festejos en varias de ellas, y a las que sumó un último paseíllo a los 88 años, interviniendo como padrino en la alternativa de Lea Vicens. En esta fructífera carrera llegó a lidiar hasta cerca de 6.000 toros. Es interminable la lista de jinetes en los que el ejemplo del maestro de la Puebla del Río ha influenciado, pero son especialmente destacables los casos de Lea Vicens y Diego Ventura, cuyos pasos guío y observó desde sus inicios. También son innumerables los reconocimientos que recibió como ganadero, tanto procedentes del mundo del toro como fuera de él. Una faceta que inició junto con su hermano Rafael en 1953. Siete años después recibiría en Wembley (Inglaterra) el máximo galardón de la Muestra Ecuestre Internacional, «Las Espuelas de Oro». Además, años más tarde fue condecorado con la Gran Cruz de la Beneficencia, como reconocimiento a su labor social sobre el asilo de ancianos de la localidad vallisoletana de Medina de Rioseco. Por último, en 2013 fue condecorado con la Medalla de Oro a las Bellas Artes, que concede el Ministerio de Cultura.
Pero el suyo no fue un camino de «rosas». Tras ver frustradas sus aspiraciones a gestionar la Plaza de Toros de Las Ventas en 1989, un año más tarde sufriría un grave percance en Granada, que le impidió actuar durante toda esa temporada. Solo dos años después, experimentaría un nuevo revés al sufrir un importante accidente de coche.
Singular y polifacético, el mayor de los Peralta se desarrolló en la escritura con una amplia obra de libros, poemas, coplas y soleás relacionadas con la tauromaquia.