El Centro Botín, inaugurado en 2017, acoge desde hoy la muestra «Joan Miró: Esculturas 1928-1982», que podrá visitarse hasta 2 de septiembre y que se centra en el proceso creador del artista, específicamente en su producción escultórica. Por primera vez reúne más de un centenar de piezas de todos sus periodos artísticos, además de dibujos, fotos, vídeos y objetos diversos con los que creaba sus obras, gran parte de ellos inéditos. La selección está ordenada cronológicamente desde la primera pieza (1928) hasta la última (1982). Ha sido comisariada por Joan Punyet Miró, nieto del pintor, cabeza visible de la Sucessió Miró, y María José Salazar, de la Comisión Asesora de Artes Plásticas de la Fundación Botín. El ensamblaje de materiales recogidos en sus paseos, la transformación de objetos que encontraba y la conjunción inverosímil de utensilios cotidianos son algunas de las técnicas que empleó para crear obras de un profundo significado poético y artístico: «Cualquier elemento encontrado, un maniquí, una silla, un botijo, una madera, un hueso, una servilleta, una piedra...–explica la comisaria– era fuente de inspiración y susceptible de ser usado por el artista para crear una escultura y son expuestos aquí para mostrar su proceso creativo, desde la elección de los objetos a la fundición, pasando por el boceto y el ensamblaje que dibujaba o fotografiaba, y esto es lo que hemos querido reflejar, no solo exponer las piezas, sino contar todo el proceso de trabajo creativo».
Como el mismo Miró explicó, «me siento atraído por una fuerza magnética hacia un objeto sin premeditación alguna, luego me siento atraído por otro objeto que al verse ligado al primero produce un choque poético, pasando antes por ese flechazo plástico, físico, que hace que la poesía te conmueva realmente y sin el cual no sería eficaz...».
Esta muestra antológica es un hito en el acercamiento a la figura de Miró en relación a la escultura. «Una exposición compleja y difícil de montar, única en sí misma», explica Salazar. Hay 94 esculturas, 45 de ellas con los objetos originales, 26 dibujos y 32 fotografías. Ha sido posible gracias a la generosidad de la familia Miró y de instituciones como el Moma, la Obra Social La Caixa, The Pierre and Tana Matisse Foundation de Nueva York, la Fondation Maeght de Saint-Paul-de-Vence, la Galerie Lelong de París o el museo Reina Sofía, de manera que su discurso escultórico de Miró está completo, desde su primera obra «La bailarina española» hasta la última, que realiza con 90 años.
Según ha subrayado Salazar, el propósito último de la exposición es «reflejar todos sus momentos, desde sus inicios en los años veinte. Nos hemos detenido en uno clave, en los cuarenta, después del exilio, y en el de las abstracciones que es un instante maravilloso, el de las constelaciones, ese mundo de estrellas, de sueños. A su regreso a Mallorca es rompedor, va contra la escultura tradicional, quiere hacer una nueva y empieza a elaborar un mundo muy propio y definido, que da un paso definitivo a tener su estudio, uno de sus grandes anhelos, algo soñado». Más tarde, ya a partir de los 70, Miró se embarca en esculturas monumentales, las que dedica a ciudades como Barcelona y Madrid. «Su última etapa fue la del color, a pesar de ser un el bronce un metal noble, él decidió unirlo a su rico colorido pictórico. Es un Miró tan moderno que me parece que estoy ante un artista del siglo XXI, un poeta por encima de todo y un ser libre. Poesía y libertad eran sus señas de identidad», subraya la comisaria.
Una figura clave
«Miró era una persona que no paraba de crear –explica Punyet Miró–, dio hasta el último atisbo de energía para crear un lenguaje universal, la quintaesencia de la poética surrealista, como una nave que se adentra en la mente humana para bucear en el mundo de los sueños con el fin de crear unas formas que solo él puede descifrar a través de su mirada surrealista y que para mí son un antes y un después en la escultura del siglo XX». Punyet Miró lamentó que sean muy pocos los museos que vayan a enseñar esta exposición por su dificultad técnica. Una pena, según él, porque es una oportunidad para acercarse a algunas de sus atracciones como fueron «el romanticismo y el sintoísmo japonés, cuya fuerza, pensaba, influía en nuestro hacer cotidiano. Para él era la base de su trabajo, sus paseos por la playa, el campo o la montaña donde encontraba objetos que le producían un impacto emocional en su espíritu. Su mundo escultórico nunca fue bien entendido por la gente porque él era un antiescultor».