Siria entró en su octavo año de guerra con una jornada marcada por el éxodo masivo de civiles de Guta y Afrín, los dos frentes más importantes de una guerra que deja cientos de miles de muertos -entre 350.000 y 500.000, según distintas fuentes- y millones de desplazados internos y refugiados. Un mes después del inicio de la ofensiva contra Guta, miles de civiles pudieron huir a través el corredor de Hamuriya. Salieron a pie, con lo puesto, con el terror en las caras y la esperanza de encontrar un lugar seguro, a salvo de los bombardeos que asuelan el último bastión en manos opositoras que queda en el cinturón rural de Damasco.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) elevó a 12.500 el número de personas que logró escapar de la localidad de Hamuriya, bastión de la facción islamista la Legión de la Misericordia (Failaq Al Rahman), para dirigirse a los refugios habilitados en la zona bajo control del Gobierno. Esta primera salida masiva de civiles de Guta llegó acompañada de un nuevo envío de ayuda humanitaria, un convoy conjunto del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), de la Media Luna Roja siria y de la ONU, compuesto por 25 camiones con 5.200 cajas de alimentos y 5.220 sacos de harina.
En Afrín, cantón kurdo que está bajo la ofensiva de Turquía desde finales de enero, «más de 30.000 civiles» escaparon de los bombardeos turcos y se dirigieron a las localidades de Nobol y Zahra, según el OSDH, aunque otras fuentes rebajaron la cifra a 10.000. Ankara busca expulsar a las Unidades de Movilización Popular (YPG), milicia kurda a la que califica de «terrorista» pese a que se trata del mejor aliado a la coalición internacional en el combate contra el grupo yihadista Daesh, y el presidente, Recep Tayyip Erdogan, adelantó que su fuerzas no pensaban devolver en el futuro el control de Afrín al Gobierno de Damasco.
Desde la entrada militar de Rusia en el conflicto, en 2015, el ejército sirio no para de recuperar terreno y Guta se presenta como su próxima victoria, pero no será la última batalla. El asesor de la ONU para Siria, Jan Egeland, alertó de «los tremendos combates» que esperan en el futuro en las provincias de Idlib y Deraa, dos bastiones opositores al norte y sur del país. Después de siete años de guerra Bashar Al Assad sigue en su puesto y prometió recuperar el control de «cada pulgada» de Siria, tarea muy complicada ya que supondría enfrentarse directamente con Estados Unidos, presente en la zona noreste junto a los kurdos, con Turquía, cuyo ejército está desplegado en Afrín, o Israel, que aspira a imponer una zona de seguridad en su frontera norte para alejar todo lo a la milicia libanesa de Hizbolá, aliada de Assad.
Lo que empezó como un levantamiento popular que pedía reformas y apertura en mitad de las «primaveras árabes», que se extendieron también a Túnez, Libia, Egipto y Yemen en 2011, pasó a ser guerra civil cuando los manifestantes se armaron para responder a la brutal represión del régimen.