CON su suprema elegancia campera de Lebrija, mi maestro don Manuel Halcón solía atribuir siempre a otros su anécdota, que he contado algunas veces y viene hoy al pelo. Aquel sevillano que en los años previos a la Exposición Iberoamericana de 1929 llegó a Madrid en el expreso (porque los trenes entonces se llamaban como los cafés ahora) y le preguntaron que cómo andaba esto. Y contestó:
-¿Que cómo está Sevilla? Mira, Sevilla está que si te descuidas, te coge Aníbal González y te echa un zócalo de azulejos.
Porque no tengo que ir a Madrid, ni falta que me hace. Pero si tuviese que ir a hacer un mandado en la capital de este Reino al que parece que le da vergüenza serlo, y me preguntaran allí que cómo está Sevilla, contestaría, al halconiano modo:
-¿Que cómo está Sevilla? Pues disfrazada de Santiago de Compostela, con tanta lluvia, y sin que haya estallado aún el azahar ni llegado los vencejos. Eso no importa a los del postureo y del figuroneo, porque Sevilla está que si te descuidas, te dan un premio de Semana Santa.
Son las modas en las fías, porfías y cuestiones de cofradías. Primero vino la moda de los pregones. Cuando pregón, lo que se dice pregón, como la madre del recitado de Pepe Pinto, no hay más que uno, y a ti te encontré en la calle: en una cofradía que se le ocurrió organizar el suyo por su cuenta, o un barrio que no quiso quedarse atrás, o una asociación de vecinos donde cuatro amiguetes se lo pasan pipa con el pregón del barrio que organizan todos los años. Luego vino la moda del cartel. La cosa se ha puesto que si no editas un cartel de Semana Santa, no eres nadie. No sólo ya el cartel del Consejo de Cofradías o el oficial de «las Fiestas» del Ayuntamiento. Es que no hay grupo en esta ciudad sin más sociedad civil que la cofradiera que no edite su propio cartel de Semana Santa. ¿Para qué se editan tantísimos carteles de Semana Santa? Está clarísimo: para presentarlos y poder así salir retratados en el ABC.
Y ahora, por si fueran pocos los postureos del figuroneo de pregones y carteles, los premios de Semana Santa. La última moda. O «tendencia», como se lleva decir. Todo el mundo organiza sus premios de Semana Santa, cuyo jurado nadie conoce, como tampoco muchas veces los méritos de los galardonados. Empezaron los premios «Demófilo» de la Fundación Machado, otorgados una vez pasada la Semana Santa. Luego vino el premio anual de «El Llamador» de Canal Sur Radio, ahora Memorial Luis Baquero en recuerdo de quien inventó sacar los micrófonos la calle y junto a los pasos, en un utilísimo Carrusel Cofradiero. Como los «Demófilo», «El Llamador» se daba a muy pocos escogidos. Pero ahora son premios como siempre estar suele el Gordo de la Lotería de Navidad: muy repartidos. En algunos se premia a una persona sola, pero la moda es darlos a un grupo grande de gente, al rebujón. Por las cosas más diversas, desde el dorado de las canastillas al pasado a terciopelo nuevo, sin olvidar las marchas y las bandas; ah, y algo importantísimo: las «vivencias». Las famosas «vivencias cofrades», que sigo sin saber qué demonios es eso. Le echan ciertamente imaginación los convocantes de premios, y más que le van a echar, porque me temo que la moda seguirá, como suelen estas cosas en Sevilla, hasta ponerlas completamente devaluadas, como en gran parte ya están, qué hartura de premios. Quedan algunos que aún no se han convocado ni otorgado: el Premio Quidiello al abonado de la carrera oficial que más años lleve en el mismo sitio; el Premio Encapuchado, al que siga tomándose la molestia de explicarles a los turistas que no se llaman así, sino nazarenos; el premio Chero Tachero, al que más marchas de palio sepa tararear enteritas, al modo de Antoñito Procesiones. Y así hasta el infinito. Así que ándense con precaución en estos días, porque Sevilla está que, si te descuidas, te dan un premio de Semana Santa. ¡Hay que ver lo que cavilan las gentes para salir retratados en el ABC! Que es de lo que se trata.
