El Santo Grial, cuenta la leyenda, podría estar escondido entre las escarpadas y enigmáticas rocas de la montaña de Montserrat, así que para allá que se fue Heinrich Himmler, el siniestro líder de las temibles SS, siguiendo los pasos de una de las más esotéricas obsesiones wagnerianas.
Del Grial, claro, nada se supo –en realidad, la documentación de la época sostiene que lo que buscaba Himmler era el esqueleto de un íbero que guardaba el museo de la abadía, abonando así las teorías nazis de que los íberos descendían de una raza nórdica–, pero sí que existe una cuenta detallada de lo que le costó al Ayuntamiento de Barcelona el desembarco del mandamás nazi en octubre de 1940. A saber: más de 13.000 pesetas de la época (música, piano y tabaco incluidos) para sufragar la estancia y el banquete de gala en honor del Reichsführer de las SS.
Fue una visita relámpago, sí, pero a Himmler aún le dio tiempo de visitar la checa musealizada de la calle Vallmajor, dejarse agasajar por las juventudes falangistas en el Poble Espanyol y comprobar que el despliegue de esvásticas y símbolos de la Alemania de Hitler en edificios públicos de la capital catalana no desmerecía al de fortines nacionalsocialistas como Múnich o Berlín.
Una Barcelona desconocida y chocante –las fotografías del Palau de la Música, el paraninfo de la Universidad de Barcelona o la fachada del Parlament decoradas con gigantescas esvásticas pone los pelos de punta– que puede descubrirse en el castillo de Montjuïc, donde la exposición «Nazis y fascistas. La ocupación simbólica de Barcelona» da buena cuenta de la omnipresencia de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini durante los primeros años de la posguerra.
En realidad, la muestra se puede visitar desde finales del año pasado y tenía previsto echar el cierre esta misma semana, pero el éxito de público –más de 80.000 visitantes– ha llevado a prorrogarla hasta el 30 de abril. Una nueva oportunidad para acercarse a una exposición que se nutre del material que destapó el libro «Nazis en Barcelona», de Mireia Capdevila y Francesc Vilanova.
Celebración del aniversario de Hitler en el Palau de la Música
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ABC
«Barcelona, esa ciudad rojo-separatista, tenía que ser redimida. Hacía falta que expiase sus pecados rojos y republicanos», puede leerse en uno de los textos de una muestra que reconstruye minuciosamente un rastro de esvásticas y brazos en alto que incluye desde celebraciones del cumpleaños de Hitler en el Cine Coliseum a exhibiciones gimnásticas de las juventudes hitlerianas, partidos de hockey entre combinados de la Falange y las juventudes hitlerianas, visitas de nazis «ilustres» como Gustav Adolf Schee, aparatosas celebraciones como el Día de Acción de Gracias a Dios por la cosecha o la conmemoración de la llegada de Hitler al poder…
Con un mapa introductorio que sitúa y localiza los puntos clave de la Barcelona nazi –ahí figuran, entre otros, el Banco Alemán Transatlántico, la residencia del cónsul general, el Hogar Deportivo Alemán o el Mercado Permanente de Artesanía Alemana–, la exposición recupera también instantáneas de la Exposición del Libro Alemán, en el que las cruces gamadas compartían protagonismo con ejemplares expuestos de «Mein Kampf», o de la Exposición de Arquitectura Moderna Alemana, con la fachada del actual Parlament ornamentada con tres gigantescas esvásticas.
Inquietantes imágenes
También la visita de Himmler queda perfectamente documentada, ya sea a través de inquietantes imágenes como la que le muestra en el Cambril de la Mare de Déu de Montserrat fotografiado junto a la Moreneta, o de instantáneas en las que se le puede ver presidiendo un desfile militar frente al Ritz, cenando en el Salón de Crónicas del Ayuntamiento o visitando, brazo en alto, un campamento del Frente de Juventudes en Martorell.
Himmler, junto a la «Moreneta» en Montserrat
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EFE/ PÉREZ DE ROZAS