Echar un vistazo a la hemeroteca sirve en muchas ocasiones para aclarar lo que luego el tiempo se ha encargado de dar o quitar. Lo que hace medio siglo pasaba en el panorama taurino catalán, puede verse ahora como una cómica premonición. En todo el proceso que llevó a la prohibición, primero política y después empresarial, de las corridas de toros, se ha hablado mucho del silencio de la empresa Balañá, propietaria de la Monumental de Barcelona.
Pero si echamos la vista atrás, hace justo cincuenta años, nos encontramos con una larga entrevista con Pedro Balañá Forts en la que el entonces máximo responsable del imperio empresarial analizaba el descenso de espectadores en la plaza barcelonesa.
Balañá contestaba en el semanario El Ruedo del 13 de febrero de 1968 a las preguntas de Mario de Trías, tras su «regreso del anual viaje por montes y cercados» con los toros para sus plazas ya comprados. Entonces, ya decía el periodista que «el silencio en que se encierra el empresario tras echar el cerrojo a la temporada, se ha roto».
Preocupaba aquella merma de público, en un momento en que el nacionalismo todavía estaba lejos de comenzar a echar su vista en los toros. «La temporada artísticamente fue buena. Económicamente, baja». Y vamos con las causa: «No es otra que el éxodo de las gentes al campo o a la playa». Y el empresario era categórico: «Lo que más perjudica son los “600”».
El popular utilitario de los sesenta fue el culpable de aquella primera crisis de aficionados, «que antes asistían a todas las corridas y ahora se van con la familia fuera a pasar el fin de semana o el día de fiesta». La culpa fue del «600», y entonces no hubo silencio. Después, cuando el cerco se fue urdiendo, cuando las medidas políticas para asfixiar la Fiesta se fueron aplicando desde la Generalitat convergente, nadie levantó la voz. Y así hasta ahora, cuando recordamos que la culpa de todo la tuvo el «600».
