En el marco de la World Government Summit y en una sesión a puertas cerradas organizada por la Escuela Kennedy de Harvard y Omar bin Sultan Al Olama, ministro de Inteligencia Artificial de los Emiratos Árabes Unidos, se ha celebrado una reunion con un objetivo claro: trazar un mapa para ubicarnos en el entorno IA. De la misma participaron miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos?, de las Naciones Unidas, responsables de IBM Watson, Microsoft, Amazon, Facebook y representantes políticos de Australia, Rusia, Francia, Canadá, Singapur, Estonia, Italia...
Entre tantos miedos y alertas disparadas por expertos y tantas esperanzas (nuevos métodos para detección de tumores, sistemas novedosos para combatir el cambio climático o promover la agricultura sostenible), la necesidad de un marco regulador parecía ser un consenso. Los participantes estuvieron de acuerdo en que es imposible, según demuestra la historia, detener el progreso. Por ello se comprometieron a dos medidas principales: cada gobierno debía incentivar las áreas con mayor potencial de crecimiento y menor riesgo para los humanos. Y la segunda fue invertir con decisión en este campo con el propósito de cambiar la realidad aumentada, tan buscada por muchos y convertirla en lo que podríamos llamar la humanidad aumentada: humanos más inteligentes aún gracias a la IA.
Ya nos hemos acostumbrado a convivir con la inteligencia artificial en dos áreas principales. la primera es internet en general y las redes sociales en particular. Cada vez que queremos encontrar algo en algún motor de búsqueda, la IA detrás no solo rastrea la palabra, sino que la vincula a búsquedas previas que hayamos realizado, a las páginas más visitadas y hasta nuestros contactos. En redes sociales ocurre algo similar con las sugerencias que nos realiza cada una, tanto en publicidad, como en entretenimiento o nuevos contactos. No importa si dos personas tienen exactamente la misma agenda de contactos, creada en la misma fecha: la inteligencia artificial evalúa cómo nos relacionamos con cada uno, qué publicaciones nos llaman más la atención y los productos que despiertan nuestra atención. Y construyen nuestro perfil, una suerte de ADN digital.
El otro ámbito en el que la IA ya está influyendo en nuestra vida es la fotografía. Ya no se trata solo de que la cámara sea capaz de sugerirnos mejores encuadres, la velocidad adecuada o crear el efecto retrato. El uso de inteligencia artificial en la cámara ha permitido que realicemos búsquedas visuales cuando no podemos describir exactamente lo que buscamos: sea un cuadro, un paisaje, un producto o un rostro. La IA, y esta es una de sus grandes ventajas, es que se comunica en varios “lenguajes”, no solo utiliza las palabras, también las imágenes, las intenciones y la memoria como medio de comunicación. Gracias a ello es posible el reconocimiento facial, probablemente la herramienta con mayor versatilidad y de más interés para empresas y gobiernos, esencial en el campo de la seguridad (controles de fronteras, bancos, biometría), entretenimiento (videojuegos personalizados) y medicina (la evaluación de un mismo rostro a lo largo del tiempo ha ayudado a detectar tumores).
Pero estas tecnologías ya están presentes y las que preocupan a los expertos son las que se están desarrollando ahora mismo. Y su impacto en la sociedad. De acuerdo con un estudio reciente de la firma especializada Forrester, las empresas que no incluyan la IA en su plan de negocios tendrán pérdidas que, sumadas, llegaran a los 1,2 billones de euros anualmente.
De acuerdo con Gartner Research, un 3% de la población de naciones desarrolladas, trabaja como conductor (taxis, autobuses, tractores, camiones, etc.) y cuando la realidad de los vehículos autónomos llegue en un par de décadas, estos profesionales se quedarían sin trabajo. Y esta es otra de las grades preocupaciones de quienes participaron de la cumbre en Dubai: el empleo en un entorno IA. La conclusión a la que han llegado los expertos fue que primero, el impacto en el empleo no será tan grande: ahora mismo se necesitan 3,5 millones de profesionales en ciberseguridad. Y más serán necesarios en las próximas décadas. Y la segunda decisión tiene que ver con la educación. Antes las preguntas más habituales para los alumnos eran quién, cuando, cuánto y qué. Pero esas son respuestas que nos puede dar la IA. Lo que esta tecnología aún no sabe cómo hacer es responder (y menos aún, pero más importante formular) preguntas que tengan el por qué o el qué pasaría sí. Es decir, en educación el paradigma deberá cambiar para enseñarle a los jóvenes a responder preguntas más imaginativas, pero también, algo que hasta ahora no se contemplaba, enseñarles a hacer preguntas.
En lo que no se han puesto de acuerdo los representantes es en lo que respecta a la humanidad aumentada. La fusión de la inteligencia artificial y la anatomía humana (microchips en el cerebro, prótesis inteligentes, lentillas conectadas) están comenzando a utilizarse, pero su acceso también producirá una brecha entre clases que no será tanto económica, como tecnológica: quienes tengan acceso a ella podrán obtener más conocimientos, mejores trabajos y mayores probabilidades de éxito.
Son muchos los expertos que coinciden en que la inteligencia artificial es el petróleo del siglo XXI, pero con una importante diferencia: no se trata de un recurso que esté limitado a ciertas zonas geográficas y sí es uno en los que las naciones pueden influir en su producción. Pero para ello deben invertir con decisión garantizando un marco legal que permita un acceso equitativo a todos los ciudadanos. Y ese es el objetivo por el cual se reunieron en Dubai. La pregunta clave es: ¿es posible?