Un extraordinario regalo recibe en esta Navidad, como en muchas anteriores, el pueblo de Nicaragua, por parte de un equipo de músicos de nuestro país, encabezados por la Camerata Bach. Esta institución musical, integrada por grandes músicos, fundada hace 25 años (parece que fue ayer cuando Ramón me compartía sus entusiasmos y planes, al respecto), es además una excelente promotora de música clásica y de la música nicaragüense. Los conciertos navideños, ofrecidos en iglesias, conventos, casas de cultura y plazas en gran parte del territorio nacional, son realmente un estímulo y un aliciente para nuestra sociedad, sobre todo en esta época del año, en que debe reinar el espíritu de franca armonía, amistad, paz y libertad. Aunque esto no debe ser una práctica de fin de año, sino de todo el año, y todos los años de nuestras vidas.
El afán de Ramón Rodríguez, director del Teatro Nacional Rubén Darío ( TNRD), de llevar la música a todos los rincones del país, y a cada uno o una de los ciudadanos de Nicaragua y por lo tanto, brindarles alimento necesario para disfrute sano y enriquecedor, que solo la música puede dar, permanece en él desde siempre. Desde que es músico. Y eso cada ciudadano debe saberlo, asimilarlo y tomarlo. ¿Quién no disfruta con la música? Desde hace muchos años, este oboísta y su niña mimada, la Camerata Bach, viene ofreciendo, en época navideña, conciertos gratuitos en distintos puntos cardinales del país. Este año, el programa incluye a más de cien artistas entre coros, solistas, arreglistas e intérpretes de violín, contrabajos, violoncelos, oboes, saxos, cornos, flautas y otros tantos, que cuando juntan sus inspiraciones suenan como cuna sinfónica de Viena o Buenos Aires.
El diplomático y flautista alemán, Walter Lindner, quien participó en varios conciertos con la Orquesta Sinfónica de Nicaragua, en esos años bajo la batuta de Francisco Jarquín, decía que independientemente de cualquier deficiencia individual de los músicos, cuando tocaban juntos sonaba como una gran orquesta, sin nada que pedir a nadie. Y realmente así es. El concierto brindado la noche del jueves 21 de diciembre en la Catedral de Managua, en el cual participaron tantos talentos, merece un escrito en el cual se hable de todos y cada uno de sus participantes, pero por lógica de espacio, no es posible por ahora. El repertorio estuvo compuesto por villancicos, canciones y sones de pascua, que alegran el espíritu y renuevan energías más humanas, más cálidas y cercanas.
Nuestra “Salve Azucena divina”, de A. Vega Matus (Masaya, agosto 17, 1875- noviembre 26, 1937), con una voz prístina, a cargo de Elizabeth Picado, de seguro llegó hasta los cielos, a oídos de nuestra santísima Madre María. Destacado el trabajo del tenor Laureano Ortega y la soprano Déborah Martínez, con una interpretación limpia y hermosa. Laureano presentó excelente labor, enmarcada por el manejo del tiempo en perfecta armonía con músicos, coro y por su fraseo y voz clara. Ortega esta vez estuvo muy empoderado y seguro de su papel, de su voz, de sus movimientos. De los temas interpretados; “Blanca Navidad”, del ruso, nacionalizado estadounidense Irving Berlin (Israel Isidore Balin, Tiamén, durante el Imperio Ruso, Mayo 11, 1888- New York, septiembre 22, 1989), “Mundo Feliz”, del alemán, nacionalizado inglés Georg Handel, y “Adeste Fideles”, de Juan IV de Portugal, “El Rey músico”, su mejor interpretación fue Adeste Fideles. Aplomo, equilibrio y emoción fue la factura que liberó una ejecución impecable en es
te joven tenor nicaragüense.
Déborah asienta cada vez más su trabajo en la práctica y su estudio diario en Italia. Cada día su talento logra un mejor posicionamiento en la escala musical. De sus piezas interpretadas; “Oh noche santa”, del francés Adolphe Adam y “Aleluya”, del multiversionado poeta y músico canadiense, Leonard Cohen, su mayor peso y expresión explotó con la bellísima pieza del laureado poeta y cantautor judío canadiense Premio Príncipe de Asturias, en el 2011.
De nuestros sones de pascua o sones navideños, además de los tradicionales de España, Venezuela, Francia y Alemania, los infaltables de Vega Matus explotaron en el público, dada su vivacidad y contagiosa alegría. Digno destacar la rica idea de llamar a los niños del público asistente para que fuesen parte del concierto, soplando pajaritos de agua. Hermoso gesto de involucrar a los niños e introducirlos al mundo de la música.
Si habláramos de clímax, bastaría mencionar el trabajo de todo el conjunto de músicos, al interpretar “Oda” o “Himno a la alegría”, de Beethoven la música y letra del poeta Friedrich Schiller. Majestuoso el cierre, con “Jingle Bells”, de James Pierpont (1822- 1893). Todos, todos se lucieron.
Un esfuerzo encomiable de Camerata Bach, de Ramón Rodríguez en especial, que merece seguir apoyado, tal como desde sus inicios lo ha venido haciendo la Embajada de Alemania, y a la cual se han venido sumando empresas nacionales e internacionales. Apoyemos a nuestros músicos y, ¡que viva la música!
*Periodista educativa-cultural.
Escritora