Detrás de cada perfume hay una sensación, un sueño, una historia. Quizá el perfume más emblemático de todos sea Chanel 5. Antes de su aparición, las mujeres usaban fragancia de un solo olor. Coco Chanel quería romper esa costumbre y deseaba un perfume sexy y atrevido, un aroma que le recordara su vida. Fue en 1921 cuando Ernest Beaux, el perfumista de los zares rusos, lo creó. En 1957, cuando Marilyn Monroe declaró que dormía desnuda con tan solo unas gotas de tan preciado elixir, le dio el carácter de leyenda.
Reconfortante fue L’Heure Bleue, de Guerlain, un aroma que impregnó los pañuelos que las mujeres ofrecían a los soldados «para fortalecer su ánimo en las trincheras», según explica la historiadora del perfume Élisabeth de Feydeau.
Por su parte, Estée Lauder lanzó en 1953 Youth Dew, un cóctel oloroso para mujeres que amaban las notas melosas y amaderadas. «Un perfume insolente que tal vez contribuyó al baby-boom», asegura Feydeau. Cuatro años después, Givenchy, en exclusiva para Audrey Hepburn, crea «L’Interdit». En 1970 nace «Eau de Rochas», que ha pasado de generación en generación. En 1977, Saint Laurent, tras un viaje por Extremo Oriente, creó «Opium», un olor «evocador y demoníaco», según la autora, quien asegura que CK One fue en 1994 «la reinterpretación del agua de colonia en versión urbana».
No podía faltar tampoco Aromatics Elixir de Clinique, que en 1971 lanzó su primer perfume, definido por la fundadora como «único».