Provocan accidentes de carretera, arrasan jardines y merodean por algunos barrios al caer la noche. Nunca antes los jabalíes se habían sentido tan cómodos en Berlín, donde han llegado para quedarse.
"Mucha gente me dice: allá donde voy, veo jabalíes", cuenta Derk Ehlert, portavoz del ayuntamiento de Belrín y gran especialista en fauna salvaje.
Sin embargo, nada indica que su número (pese a ser importante) haya aumentado fuertemente en los últimos años: se estima que hay en torno a 3.000, con picos que alcanzarían los 8.000, según él. No existe un censo exacto.
En cambio, su comportamiento "ha evolucionado enormemente", afirma.
"Ya no son tan miedosos, a veces incluso se los ve durante el día", mientras que normalmente prefieren las salidas nocturnas. "Se acercan a los humanos, se dejan ver en los parques", explica.
La ciudad, a la que los medios han apodado "capital de los jabalíes", siempre ha sido un refugio para toda suerte de animales salvajes, desde los zorros, de los que hay unos 1.400, hasta las comadrejas que roen los cables de los motores de los coches o los mapaches que saquean cubos de basura.
Los bosques cubren un 20% del territorio berlinés. Y los numerosos ejes verdes instalados en el siglo XIX para airear la ciudad en plena revolución industrial facilitan la llegada de animales salvajes, que además suelen alimentarse en los numerosos huertos familiares.
El monocultivo de maíz en la periferia, muy codiciado por los jabalíes y la baja incidencia de la caza -que no empezó hasta 1992, tras la reunificación- fomentan su proliferiación, así como el hecho de que no tienen ningún predador natural. Además, los inviernos más suaves de los últimos años han dejado menos muertos entre los jabalíes.
Los sucesos relacionados con estos animales son cada vez más frecuentes, desde los accidentes de carretera a los perros atacados, pasando por un tren de gran velocidad detenido tras chocar contra una manada en las afueras.
Los ciudadanos cada vez están más molestos.
"Recibimos llamadas todos los días", señala Katrin Koch, responsable de una célula de información de la asociación ecologista NABU. "Es, simplemente, una sensación desagradable, este miedo latente cuando hay un jabalí en los alrededores. Uno se monta una película, y piensa inmediatamente que jabalí equivale a peligro".
Willi Aigner no tenía nada contra ellos hasta ese día de finales de agosto, cuando paseaba a su perro, como de costumbre, por el bosque de Tegel, al oeste de la ciudad.
"El jabalí se había escondido entre los matorrales. Ya habíamos pasado delante cuando, de golpe, se lanzó", afirma el jubilado, de 73 años.
Primero hacia el perro, al que "destripó con su colmillo" y luego, "era mi turno", cuenta. Muestra una foto de su herida, cosida, en el muslo.
El animal, de 120 kilos, huyó, aunque al final fue abatido por los "cazadores de ciudad", los únicos que pueden intervenir en ese territorio.
El anciano y su perro fueron auxiliados por un transeúnte que pasaba por allí.
Con todo, constituye un comportamiento inusual para unos animales generalmente pacífico. Si bien pueden mostrarse agresivos, esto solo ocurre, en principio, cuando la jabalina siente que sus pequeños están amenazados, o cuando son heridos.
"Hay que recordar que se trata de animales salvajes y que hay que tratarlos con respeto", recomienda Milena Stillfried, del Instituto Leibniz de investigación zoológica y animal de Berlín.
Autora de un reciente estudio sobre su comportamiento en la ciudad, la investigadora los conoce bien tras haber disecado cientos de estómagos suyos.
Al contrario de lo que se cree, "no saquean las basuras, sino que se alimentan casi exclusivamente de alimentos naturales", apunta.
Lo más inesperado, sin embargo, fue descubrir "poblaciones aisladas" en tres bosques de la capital. Quizá, la presencia del muro en torno a la ciudad durante la Guerra Fría pudo favorecer la instalación de colonias en el oeste, subraya la investigadora. Pero el origen de la del este sigue siendo un misterio.
Estas manadas sedentarias han desarrollado "un comportamiento de jabalíes de ciudad", añade Derk Ehlert. Saben que no tienen nada que temer a los humanos, excepto durante la caza, en octubre.
Su facultad de adaptación y su capacidad para escapar a los cazadores es sorprendente. "No influiremos demasiado con un arma en la mano", considera Katrin Koch, de NABU. "Habrá que aprender a vivir con esos animales".