La tierra nos condiciona, para bien o para mal. Y a algunos los atrapa. Como una maldición los mantiene apegados, aferrados. ¿Escapar? ¿Adónde? ¿Para qué? La única opción es revertir la condena con odio. Odiar a la propia tierra. Es lo que le sucede a Johnny Saxby, un joven que vive y trabaja en la granja familiar, bajo la mirada atenta y severa de un padre impedido y los cuidados fríos pero fieles de su abuela. La vía de escape de Johnny es el alcohol en cantidades industriales y el sexo. Relaciones furtivas mantenidas con otros chicos en los baños de los pubs, en las ferias de ganado. En cualquier caso, cosas que no le llenan. Ni a él ni a su familia. La granja tampoco se beneficia mucho de la insatisfacción del joven. «Es un tipo dañino, un indeseable, se emborracha y no cumple con las tareas. Los problemas con su familia no tienen que ver con su sexualidad, sino con su actitud», asegura Francis Lee.
«Tierra de Dios», su película, arranca como un retrato frío, inmisericorde, de una Inglaterra rural gris y sin perspectivas, con las largas laderas de Yorkshire (aquellas «Cumbres borrascosas» de las Brönte) llenas de brezo, esperando una segunda oportunidad. «Yo soy un gran creyente en el amor y en la esperanza», asegura este realizador que, al igual que el protagonista, nació y creció en esa tierra, en una granja, adonde ha regresado. «El punto de partida de esta película era retratar este paisaje porque es lo que me ha formado como persona, y necesitaba volver a explorarlo», dice. Y hacer las paces con él.
La historia de redención de Johnny comenzará con la llegada de Gheorghe, un rumano contratado por su padre para ayudarle con el ganado. Las fricciones entre ambos serán inmediatas, pero también la atracción. Gheorghe es paciente, aplicado, reposado. Todo lo contrario de Johnny. «Él le irá enseñando cosas que ya sabía pero que tenía olvidadas sobre el trato a los animales», señala Lee.