Son mentiras elaboradas, dañinas como bombas de efecto retardado, que se lanzan a un público al que se lleva años adoctrinando en el victimismo, en la carga económica que el resto de España supone para los ciudadanos catalanes, en la situación de verdadero lujo que podrían disfrutar si no tuviesen esta hipoteca con el Estado español, que sin Cataluña –dicen– pasaría a ser un país tercermundista. Es tal la habilidad que tienen los nacionalistas independentistas –menuda mezcla– que son capaces de reinventar a su capricho los actuales mapas españoles y europeos. Resulta increíble en estos momentos, donde la pluralidad es absoluta y la libertad afortunadamente es tanta, que a veces uno puede pensar que si estuvieran en el poder se encargarían de reducirla a límites dictatoriales. Cuesta pensar que digan y hagan cosas que, franqueando los límites de lo legal, llegan tan lejos. Después de la prisión dictada para los hermanos Jordi no se conoce pareja tan unida en este reino de España. El bloque del muero por una urna, por muy ilegal que ésta sea, se ha lanzado a la calle una vez más. Toda la función estaba organizada de antemano, incluidos los vídeos para enfervorizar a las masas, así que lo del sentimiento espontáneo para lanzarse a las grandes avenidas es otra mentira más. No sorprende tampoco que Pablo iglesias se una al grupo y clame por la vuelta de la democracia, y que como actor consumado termine con un parlamento que en cualquier teatro pondría a la gente en pie: «No quiero una España donde tengamos presos políticos», dice. Si fuese el gobierno de turno el que dirigiera como marionetas al poder judicial, indudablemente ni el PSOE ni el PP hubiesen tenido a los jueces detrás de sus arbitrariedades. En el caso de los socialistas, hasta con ministros y altos cargos condenados que pasaron por prision. En el momento actual hay dos ex presidentes de Andalucía imputados, pendientes de juicio. Y qué decir de los populares, que tienen condenados y pendientes de juicio a tantos altos cargos que podrían formar un par de gobiernos. Supongo que esta prueba del algodón es clarísima. Hay que añadir que si no disfrutáramos de una democracia plena, todos los que más enarbolan lo contrario no estarían en condiciones de decir y hacer lo que les apetezca. Eso sí, mientras no atraviesen la línea roja que te pone delante de un juez.