Desde hace mucho tiempo ha sido un principio innegable en esa área: los desastres del sur de California rara vez son tan grandes como parecen.Delaware y Rhode Island cabrían, con espacio de sobra, en el condado de Los Ángeles. Un viaje en auto de Pacific Palisades a Pasadena lleva casi una hora, incluso sin tráfico. Cuando estallaron los disturbios de Los Ángeles en 1992, los estadunidenses observaron con horror los incendios que bordeaban el horizonte del centro de la ciudad. No se mostraron las calles bordeadas de jacarandas ni los plácidos suburbios donde el resto del sur de California veía el caos por televisión.Esta vez fue diferente.En un furioso ataque que comenzó el martes por la mañana y continuó hasta el miércoles por la noche, un monstruo de viento y fuego salvaje devastó una metrópolis de 12 mil 310 kilómetros cuadrados y casi 10 millones de habitantes, azuzando llamas que arrasaron comunidades de todo tipo y condición socioeconómica.Varias mansiones quedaron reducidas a cenizas en Pacific Palisades, un enclave de famosos al oeste de Los Ángeles. A 56 kilómetros al este, en el pulcro barrio de Altadena, ardieron varias urbanizaciones.Muchos ganaderos de la zona rural de Sylmar, a unos 40 kilómetros al norte, huyeron al frente de sus caballos envueltos en la noche ardiente. Nuevos propietarios de viviendas en urbanizaciones recién construidas a horas de distancia, en comunidades del interior como Pomona, se prepararon para las evacuaciones mientras vientos de 95 kilómetros por hora sacudían los cristales de las ventanas y las palmeras.A última hora del miércoles, los incendios se habían cobrado al menos cinco vidas y destruido más de mil edificios, y se esperaban más daños con la intensificación del viento al caer la noche. Por la tarde, un nuevo incendio había arrasado parte de Hollywood Hills. Más de 80 mil personas recibieron órdenes de evacuación.Daños incalculablesEl problema no era tan solo que el lugar estuviera en llamas. Era que parecía estar en llamas en todas partes a la vez, tras el estallido de un aluvión de distintos incendios forestales en los centros de población de toda la región, cada uno de los cuales generó una constelación de focos de incendio debido a las brasas arrastradas por el viento. Si bien no físicamente, en la psique de los habitantes del sur de California se fusionaron en una especie de megacatástrofe. La ceniza, el humo, el viento y las llamas propagaron la desgarradora sensación, que se extendió como un contagio, de que se avecinaba un paisaje nuevo y menos manejable.“Lo único que se me ocurre que podría compararse con esto es un terremoto masivo”, comentó Zev Yaroslavsky, de 76 años, que fungió durante décadas en Los Ángeles como miembro del Ayuntamiento y supervisor del condado. “Pero los terremotos tienen un epicentro”.Hizo una pausa para toser, ronco por el humo que ha cubierto la región. “Esta cosa está por todas partes”, aseveró. “Afecta a todos los que respiran el aire. Cuando fui por el periódico esta mañana, una gran nube negra se cernía sobre la ciudad proveniente del incendio de Eaton. Era una escena bíblica”.Para los forasteros que llegan aquí, Los Ángeles puede parecer una ciudad sin rostro, llena de artilugios y aislamiento. Pero quienes viven allí descubren en cada barrio y cada patio trasero su propio universo. Cada punto neurálgico de la región tiene su propio carácter, gastronomía, lengua vernácula, alma y lugares emblemáticos.El incendio de Pacific Palisades se llevó consigo no solo las casas de personajes famosos —“Un día estás nadando en la piscina y al día siguiente todo ha desaparecido”, le dijo llorando a la CNN el actor James Woods—, sino también la infraestructura de un pequeño barrio con una población aproximadamente del tamaño de Pottstown, Pensilvania.El ingreso medio por hogar en Palisades es de 155 mil 433 dólares, casi el doble que el del condado de Los Ángeles, según datos de la ciudad y del censo que incluyen la cercana Brentwood. La casa donde se registraron las primeras llamas tiene un valor estimado —medio para la comunidad— de unos 4.5 millones de dólares. En las laderas de las colinas se levantan inmuebles mucho más caros, propiedad de magnates familiares como Tom Hanks y Steven Spielberg. La finca de Sugar Ray Leonard está a la venta por poco menos de 40 millones de dólares.Adiós a los recuerdosPero muchas de las casas que ardieron estaban en una parte de la ciudad conocida como Highlands, donde las casas adosadas construidas en los años 70 y 80 han ofrecido durante mucho tiempo una opción más asequible para jubilados y familias monoparentales. Hay vecinos que llevan décadas viviendo en Palisades y que compraron hace años a precios bajos una joya más costera que Beverly Hills y menos rústica que las cercanas Malibú o Topanga Canyon. Mientras los bomberos de esas zonas luchaban por salvar el distrito comercial central y los edificios de las escuelas locales, generaciones de graduados del “Pali High” les rogaban desesperados que salvaran el lugar de sus recuerdos de adolescentes.Las comunidades que rodean Eaton Canyon, a una hora en auto hacia el este, son una California del Sur totalmente distinta. Ancladas por Pasadena, que tiene una población de más de 133 mil habitantes, la zona es un imán de mayoría minoritaria para la clase media y media-alta de la región. Altadena, la comunidad no incorporada más cercana al incendio, es conocida por sus casas de rancho y bungalós que abrazan las estribaciones de las montañas de San Gabriel.La gente va de excursión por el cañón los fines de semana y debate sobre las ventajas relativas de los jardines tolerantes a la sequía y las rosaledas. Las decoraciones navideñas son un deporte de competición. El esplendor del Bosque Nacional de los Ángeles es una distracción local. Y la amenaza de incendios forestales es constante.“Este es mi cuarto incendio y la única vez que nos hemos ido”, compartió Muffie Alejandro, de 74 años, propietaria de una empresa manufacturera que vive cerca de Eaton Canyon desde 1989. El martes fue evacuada a un hotel con su marido, Jan, y sus perros, Mingus y Clinton. “Es lo peor que he visto en mi vida”, afirmó.Sylmar es otro Los Ángeles más, remoto y accidentado, muy al norte en el valle de San Fernando, una árida franja de ranchos y suburbios de clase obrera conocida antaño por sus olivares. Tiene unos 80 mil habitantes, tres cuartas partes latinos. Allí se encuentra la terminal del sistema de acueductos de Los Ángeles, así como el centro médico Olive View-UCLA.También arde con regularidad. En 2008, un incendio forestal destruyó casi 500 casas. El Parque Regional Comunitario de El Cariso, un punto de referencia local, está dedicado a los bomberos que murieron en un incendio en 1966.Esta semana, esas distintas versiones del paraíso se convirtieron en una, unidas por el terror.c.2024 The New York Times Company