La actual situación del Rey Juan Carlos, un personaje cuya acción fue determinante en el proceso de la Transición política española al pasar de ser una dictadura a una avanzada democracia, dificulta una enormidad su hipotética participación en los actos conmemorativos organizados por el actual Gobierno para explicar la transformación radical de nuestro país en una nación con plenas libertades. El anterior Jefe del Estado vive en un régimen de semidestierro en la capital de los Emiratos Árabes Unidos, Abu Dabi, a miles de kilómetros de su país, debido a que, a pesar de que no tiene causas abiertas con la Justicia, su prestigio quedó hecho añicos al conocer su relación extramatrimonial con una comisionista extranjera y el cúmulo de acciones económicas nada ejemplares realizadas por el anterior monarca.
Es un auténtico contrasentido que una de las personalidades mundiales con más premios de prestigio y doctorados honoris causa por su actuación en la modernización y democratización de España sea, en la actualidad, una persona cuestionada por un comportamiento muy alejado de la ejemplaridad que siempre predicó como actitud y código de conducta a seguir. No parece fácil, por tanto, introducir la desprestigiada figura del Rey actual con los planes del Gobierno socialista de contar a los españoles actuales como fue su papel modélico en el momento que se produjo el cambio político y la transformación total de un país pobre, atrasado, con leyes atrabiliarias en todos los campos en una democracia plena y avanzada.
Hasta hace unos años, Juan Carlos I era el referente absoluto de esa transformación total, sobre todo a partir de su papel trascendental en la noche del 23 F, cuando su autoridad se impuso a los golpistas y les conminó a que volvieran a sus cuarteles y retiraran los carros blindados de la vía pública. Los jefes de Estado mundiales hicieron de él un héroe y admiraron su proeza al salvar a los ciudadanos de un retroceso que hubiera interrumpido el proceso de democratización en territorio español. Y el prestigio de España creció como la espuma al conocer la valentía y el arrojo de un hombre que se enfrentó a los golpistas y los obligó a volver a los cuarteles de forma pacífica. Pero ese mito cayó y ahora no es fácil mezclar ese perfil bifronte de un hombre que no quiso seguir siendo ejemplar y se dejó llevar por las tentaciones.
De momento, los responsables de la idea de celebrar los 50 años de democracia no parecen despreciar la posibilidad de contar con la figura de un anciano Rey, refugiado en uno de los países más ricos del mundo, como referente del cambio político tras la muerte de Franco. Sería lo justo. El papel de Don Juan Carlos en las tres primeras décadas del nuevo régimen es indiscutible. Pero ¿qué pasa con su actuación durante los últimos veinte años? Todo cambió en el plano familiar, con una relación sentimental de la que no se escondía con una señora a la que acogió en una casa dentro del recinto del monte del Pardo, lugar donde se ubica el Palacio de la Zarzuela, residencia oficial de la Familia Real española desde hace más de sesenta años. Y qué decir de sus tejemanejes en el terreno del acceso a grandes cantidades de dinero con total opacidad, de la obtención de una cuantiosa fortuna alojada en varios lugares de la geografía que distingue a los bancos que no piden explicaciones a la hora de guardar cantidades opulentas de efectivo.
Los responsables actuales de la Casa del Rey parecen estar de acuerdo con que el Rey Felipe VI acepte presidir algún acto que reconozca el papel determinante de la Monarquía en la modélica Transición política española. Es lógico que así sea. Pero, ¿quién fue el Monarca que hizo posible esa impecable contribución a la libertad y a la democracia, Felipe VI o su padre, Juan Carlos I? Habrá que esperar a lo largo de este año para verlo.