En una época donde los libros eran escasos y las noticias un lujo, los eruditos se devanaban en disquisiciones, mientras la plebe subsistía a base de cocinas rudimentarias y tradición, los nobles delegaban el arte de comer en manos de cocineros expertos. La cocina, así pues, era espejo del rígido orden social: unos cocinaban y pocos degustaban como Dios manda.