Nuestro rumboso ministro de Exteriores manifiesta que hoy España goza de la política exterior más influyente de su historia. Asombramos al mundo y aquí no nos percatamos. Los fundadores del 'zapa-sanchismo' poseen algo en común: son estrellas rutilantes en su actuación. Zapatero es la encarnación del adanismo. Él fue el primero que no se levantó ante la bandera de Estados Unidos, gesta que se estudia en los manuales de protocolo internacional; el inventor de la Alianza de Civilizaciones, iniciativa que sembró la envidia en las grandes potencias; el que resucitó la guerra civil con la memoria histórica de caca de la vaca; el primero que sintió que era un alma gemela de Obama, lástima que el ingrato del americano no se diera cuenta de ello; el primero que nombró ministra de Defensa a una embarazada, los países nórdicos chirriaban rabiosos; el único demócrata europeo que puede domesticar a Maduro, aunque los malpensados juzguen que está maquillando a un dictador nefasto que perpetró un descomunal pucherazo. Un insidioso me ha contado que ZP pensaba abogar por que los hombres orinaran en cuclillas. Eso sería menos heteropatriarcal, más transversal e incluso, por la cercanía, si estás en el campo, una muestra de identificación con la naturaleza. Un aguafiestas le hizo desistir: eso ya lo habían inventado muchas culturas árabes. El segundo, Sánchez, tiene una persistente propensión al triunfalismo. Presume, no le falta razón, de que el país España va bien económicamente, aunque se olvida sin pestañear de que el nivel de vida de los españoles está más rezagado que el de los ciudadanos de otros países europeos en relación al que disfrutábamos cuando se inició el covid. Hay otros datos engorrosos: nuestro récord de abandono escolar, el descomunal paro juvenil, las lastimosas cifras que muestran tenazmente que nuestros estudiantes vienen, en el 'reinado' sanchista, perdiendo niveles de comprensión lectora y Matemáticas. Pero es en el terreno exterior donde, según nos anunció Albares, la pujanza de España encandila al mundo. España no sólo lidera en esto o en aquello –el verbo liderar es algo que encanta a Sánchez–, sino que es un constante modelo en el planeta. España lideró en la acogida a los refugiados afganos, lidera en el Oriente Medio, en la ayuda a Ucrania, es un paladín en América Latina, maneja el egoísta ambiente de la Bruselas comunitaria mejor que nadie y es referente obligado para ricos y pobres en la OTAN o en Naciones Unidas. ¡Es que no se puede aguantar! España es un crack insólito en el exterior. Para nuestro ministro, la España de los Reyes Católicos, la de Carlos V, en cuyos dominios «no se ponía el sol», la de Felipe II, no digamos la de la democracia de González, Aznar, Leopoldo, es una pardilla, una principiante al lado de la actual. Todos estos tenían un relativo peso, pero nada comparable a lo de ahora. Somos el puto amo exterior. Sin embargo, la realidad es otra. Cancillerías y medios de información extranjeros no acaban de percibir nuestra grandeza y liderazgo. Veamos. En la Unión Europea, nuestro país no ha ocupado el vacío que dejó Gran Bretaña, en momentos además en que Alemania y Francia están debilitadas. Tuvo una presidencia muy gris, irrelevante, hace año y pico; y ni siquiera, como ha contado mi colega Javier Elorza, aprovechó la ocasión para reclamar fondos europeos a los que volvíamos a tener derecho al encontrarnos por debajo de la media de la comunidad. Sánchez tal vez no los reclamó porque sería reconocer que en su mandato España se había empobrecido. Solicitarlos pulverizaba el relato triunfalista, aunque hubieran servido ahora para paliar los efectos de la dana, para aliviar la situación de comunidades que padecen la ola migratoria o para comprar centenas de lanchas bien pertrechadas a la Guardia Civil. Recordemos que la España sanchista es incapaz de administrar gran cantidad de los fondos de nueva generación, por lo que nos congelan los envíos. Hemos mejorado mucho con Marruecos a base de darle regalos cuantiosos –el Sahara, protección en Bruselas, etcétera– mientras ellos nos chulean con las aduanas. Como consecuencia, Argelia no nos compra nada por considerar a Sánchez el villano número 1. La proyección de España en reuniones exteriores importantes también es pobretona. En más de una ocasión Biden se ha visto con dirigentes europeos y España ha sido excluida, habiéndose invitado a Italia. Recientemente un cónclave sobre Ucrania ha contado con Francia, Gran Bretaña, Alemania, Polonia, Italia, Holanda… y nosotros, como en Notre Dame, ausentes. Sánchez es prescindible para Biden y lo será más para Trump, a pesar de que la prodigalidad trumpiana en la mentira, sus embates contra jueces y su egolatría los hace almas gemelas. En Ucrania, el sanchismo es una figura decorativa, está en la cola de los países que ayudan, cuenta poco en las reuniones a las que sí asiste y ucranianos y aliados saben que nuestro Gobierno posturea y está trufado de simpatizantes del agresor Putin. En Oriente Medio, Sánchez ni está ni se le espera. Fustigó a Israel con cierta base, aunque en un momento y con un modo inoportunos, y el Estado judío lo tiene enfilado. La pretensión de celebrar otra conferencia de Oriente Medio como la de Felipe González-Ordóñez –eran tiempos aquellos de verdadera proyección española– no es sólo una quimera, sino que entra en la idiotez. Israel nunca vendría, iría a Corea del Norte antes que aquí. Una gestión para lograr el alto el fuego es patrocinada por Washington y París, nosotros no jugamos. En la OTAN renqueamos económicamente y los aliados toman nota. Sánchez es el último de los 31 miembros de la organización en gasto en defensa (un raquítico 1,28 por ciento). Diplomáticos extranjeros me apuntan que es bonito gastar en bienestar, «todos queremos hacerlo», pero España en defensa es una inconsciente y una 'gorrona'. Trump lo apuntó. Lo de Iberoamérica es penoso. Por primera vez un presidente español no acude a una Cumbre Iberoamericana. Recordemos que Sánchez ha insultado a Milei y masajea con Zapatero al demócrata Maduro . En el problema migratorio somos actores secundarios. En la ONU, donde deberíamos intentar entrar en el Consejo de Seguridad en 2026, España no ha hecho los deberes para lograrlo. Otra estampa opaca, anodina. El vedetismo es irreal, un sueño pero no descalifiquemos al ministro. Es el autor de aquella frase inmortal: «Mi prioridad total en la Unión Europea es lograr que se utilice el catalán». Un estadista, como su jefe.