Estimado lector. Una aclaración necesaria antes de empezar esta columna: no tengo el mínimo interés ni, muchísimo menos, los votos para aspirar a ocupar la Presidencia de la República. No obstante, me gustaría aprovechar su gentil atención para expresar algunas ideas sobre lo que, en mi criterio, debería considerar cualquier ciudadano que aspire a llegar a Zapote el próximo año.
Si bien el bisoño 2025 recién comienza a dar sus primeros pasos, es indudable que estos doce meses estarán marcados por los fragores de una campaña electoral impregnada por la polarización.
Esta polarización no solo tiene que ver con las ronchas que generarán los aspirantes que aparecerán en el camino, sino también con la creciente división entre los decididos a votar y a no votar.
Por ello, si yo fuera candidato mi primera preocupación sería ofrecer un proyecto que no promueva la división sino más bien la unidad nacional para atender los principales problemas del país.
En mi programa de gobierno y mi discurso público quedarían proscritos los llamados al odio y los señalamientos. En su lugar, tendrían un rol estelar las invocaciones al diálogo y el consenso.
Otro de mis grandes cometidos sería presentar un plan de acción realista y transparente que permita al electorado evaluar las justificaciones y consecuencias de las ideas planteadas.
Para incluir tales ingredientes, será indispensable contar con un equipo que comparta una línea ideológica, y que conozca al dedillo la realidad nacional, la legislación y cómo funciona el aparato estatal.
Advierto de que mi plan estaría vacunado contra las falsas promesas y las soluciones mágicas del populismo. Ante ello, es posible que incluya propuestas que, a simple vista, parezcan impopulares pero que en realidad sean necesarias.
Finalmente, si yo fuera candidato utilizaría una estrategia de comunicación sencilla para explicar quién soy, para qué quiero ser presidente, quiénes conforman mi equipo, cuál es la filosofía de mi partido y qué soluciones planteo.
Para contrarrestar la campaña sucia que posiblemente saturará las redes sociales, mi equipo aprovecharía las mismas plataformas para detallar ideas y procurar una interacción más directa con el votante.
No rehuiría al debate, a la rendición de cuentas ni a la denuncia, pero tampoco me prestaría a los shows prefabricados ni a utilizar troles a sueldo para linchar adversarios.
Tal vez, querido lector, en este punto usted ya haya considerado enviarme una cajita blanca del tamaño del Banco Nacional por mi peculiar visión sobre un candidato presidencial. Pero, bueno, soñar es gratis.