Con sus escasos ocho centímetros, la escultura adopta la forma inconfundible de un Buda sentado sobre una flor de loto, con las piernas cruzadas y los pies hacia arriba. En un pasado remoto debió de ser de un dorado bruñido, el color de la aleación del cobre en la que fue fundido hace un milenio y medio. Su mano derecha está apoyada en la rodilla, con la palma hacia fuera y los dedos apuntando hacia abajo en varadamudra, el gesto budista de cumplimiento de deseos. Con la izquierda sujeta el sanghati que lo envuelve. La expresión es serena, los labios sonríen y sus ojos debieron brillar entre unos párpados semicerrados, insinuados por los restos de vidrio de su interior. El...
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