Hace 19 años el Aula Magna de la Universidad de La Habana se llenó de jóvenes para celebrar su día, el aniversario 60 del ingreso de Fidel a esa institución y conversar sobre el presente y el futuro. Recuerdo que salí corriendo del Instituto Cubano de Radio y Televisión para llegar a la Universidad, pero por más que traté de avanzar, llegó un punto, cerquita casi de Fidel, en que no pude avanzar más. No pude entrar.
El Aula Magna se llenó. Molestísima conmigo misma por mi tardanza y mi «guanajá» preparando un trabajo, no tuve otra opción que correr de nuevo al ICRT para ver desde allí el acto. No esperaba entonces escuchar tantas cosas que en ese momento nos alertaron, nos asombraron y algunas ni entendimos bien, por nuestra inexperiencia y porque Fidel iba delante por muchos años.
Nosotros éramos todavía pichones de revolucionarios a pesar de todo nuestro ímpetu… Nos faltaban muchas batallas para curtirnos… aunque todavía hoy me parecen insuficientes, y siento que tenemos deudas con el estudio y la práctica de las ideas de nuestros próceres, y con la realidad que nos pide estar y ser más de lo que estamos y somos.
Dijo Fidel ese día palabras que anotamos para hoy: «A veces hay que esperar para que comprendan mejor algo; para que se comprenda bien, por ejemplo, una medida, lo que la Revolución necesita siempre es comprensión y apoyo del pueblo a los pasos que se van dando, porque les aseguro —aquí lo repito— que todo el pueblo trabajador recibirá más, todos los que trabajaron por el país y por la Revolución recibirán también más; muchos abusos se acabarán, a muchas de esas desigualdades se les irá quitando el caldo de cultivo, las condiciones que permiten eso; cuando no haya alguien que tenga que ser subsidiado, habremos avanzado considerablemente en la marcha hacia una sociedad justa y decorosa, que un verdadero e irreversible socialismo demanda».
Así íbamos todos los jóvenes entonces en plena Revolución Energética, haciendo censos, cambiando bombillos, llenando calles y casas y conociendo desde dentro la vida de nuestros compatriotas, comprendiendo la necesidad del trabajo social en una revolución del pueblo.
«Estamos invitando a todo el pueblo a que coopere con una gran batalla, que no es solo la batalla del combustible, de la electricidad, es la batalla contra todos los robos, de cualquier tipo, en cualquier lugar. Repito: contra todos los robos, de cualquier tipo, en cualquier lugar».
Un amigo escribía hoy muy lindo diciendo que recordar de ese día solo las alertas, y no los análisis y las soluciones que daba Fidel, es enmarcarnos en el vaso medio vacío. Le decía que, como él, somos muchos los que no solo lo vemos medio lleno, sino que pretendemos rellenarlo y desbordarlo…
El llamado de Fidel es ese: movilizarnos, no creer que todo lo tenemos ganado, enamorar a la gente día a día como se enamora a un amor: con acciones, más que palabras, con ternura, con confianza, con fidelidad y con ejemplo.
«Y todos creían: “Eso se derrumba”, y siguen creyendo los muy idiotas que esto se derrumba y si no se derrumba ahora, se derrumba después. Y mientras más ilusiones se hagan ellos y más piensen ellos, más debemos pensar nosotros, y más debemos sacar las conclusiones nosotros, para que jamás la derrota pueda enseñorearse sobre este glorioso pueblo que tanto ha confiado en todos nosotros».
Pensar nosotros, batalla de ideas, trinchera de ideas, trinchera moral. Defender nuestras ideas al precio de cualquier sacrificio en el complejo contexto mundial y nacional que vivimos.
«Debemos estar decididos: o derrotamos todas esas desviaciones y hacemos más fuerte la Revolución destruyendo las ilusiones que puedan quedar al imperio, o podríamos decir: o vencemos radicalmente esos problemas o moriremos. Habría que reiterar en este campo la consigna de: ¡Patria o Muerte!».
Han pasado casi 20 años y sigo siendo aprendiz; la Revolución avanza con no menos tropiezos que entonces: se mantiene el mismo enemigo —el imperialismo—, la contrarrevolución sigue apostando a desunir bajo banderas viejas de agresiones y otras nuevas con espejismos «prósperos y emprendedores»; y no faltan los cansados o los traidores en nuestras propias filas y nuestros desaciertos; como tampoco faltan los que estamos decidimos a trabajar y crear para el futuro. El propio Fidel habló ese día del trabajo con los cuadros:
A veces hemos sido débiles con funcionarios que ocupan importantes cargos, pero yo tengo un hábito viejo, de mucho tiempo: suelo trabajar con aquellos compañeros que hayan cometido errores, lo he hecho muchas veces a lo largo de mi vida, mientras vea cualidades; muchas veces hay cualidades y lo que no hay es orientación correcta, o muchas veces lo que hay es ceguera, a pesar de todos los mecanismos e instituciones que tiene el país para defenderse, para luchar, para combatir honradamente, sin abusos de poder. Fíjense bien: ¡sin abuso de poder!, nada justificaría jamás que alguno de nosotros tratara de abusar del poder».
El principio de la autocrítica, del compromiso con el pueblo y con la verdad, la honradez y la entrega al trabajo dejaron en silencio aquella tarde a los jóvenes y al pueblo que lo vio abordar los problemas más urgentes de nuestra realidad sin adornos ni afeites artificiales. Todo para decir, además, que, si hay que volver a cambiar, porque al tener tiempos muy difíciles se tomaron medidas que crearon desigualdades e injusticias, vamos a cambiar sin cometer el más mínimo abuso, pero siempre pensando en el pueblo trabajador.
«No olvidar jamás a aquellos que durante tantos años fueron nuestra clase obrera y trabajadora, que vivieron décadas de sacrificio, las bandas mercenarias en las montañas, las invasiones como la de Girón, los miles de actos de sabotaje que costaron tantas vidas a nuestros trabajadores cañeros, azucareros, industriales, o en el comercio, o en la marina mercante, o en la pesca, los que de repente eran atacados a cañonazos y a bazucazos, nada más porque éramos cubanos, nada más porque queríamos la independencia, nada más porque queríamos mejorar la suerte de nuestro pueblo».
La obra de Fidel, capaz de convocar más allá de la vorágine cotidiana actual, es el camino al que tenemos que ir. No dejar de estudiar, de prepararnos, de leer, para que se mantenga bien alimentado este árbol desde su raíz; no dejar de luchar por la prosperidad económica tan necesaria, pero sin olvidar o tener en segundo plano el imprescindible valor de la conciencia revolucionaria en la construcción del socialismo.
«(…) Conciencia revolucionaria, que es la suma de muchas conciencias, es la suma de la conciencia humanista, la suma de una conciencia del honor, de la dignidad, de los mejores valores que puede cosechar un ser humano. Es hija del amor a la patria y el amor al mundo, que no olvida aquello de que patria es humanidad, pronunciado hace más de cien años».
Hay que dar la batalla de hoy con proyectiles de más calibre, con la crítica y autocrítica desde el aula hasta el país, conscientes, como dice Fidel, de que nosotros poseemos otro tipo de armas nucleares: nuestras ideas y la magnitud de la justicia por la cual luchamos.
No hacer concesiones en nuestro pensamiento radical —ni de términos— para lograr consensos, o no serán consensos para defender la Revolución. Escuchar sus lecciones y las verdades duras que aún nos dice con su pensamiento martiano y marxista —Haydée Santamaría expresaba que nadie como él integró sin problemas ambos idearios y sistemas— y que no aprendimos bien ese día. Tener a Fidel y al verde olivo de la Sierra siempre al frente.
Fidel nos acompaña en las nuevas batallas de ideas de la Revolución de los humildes y para los humildes. «Es muy justo luchar por eso, y por eso debemos emplear todas nuestras energías, todos nuestros esfuerzos, todo nuestro tiempo para poder decir en la voz de millones o de cientos o de miles de millones: ¡Vale la pena haber nacido! ¡Vale la pena haber vivido!».