Diego Ramón Jiménez Salazar, también llamado Diego el Cigala, es una de las figuras más representativas del flamenco en España. Su voz singular, repleta de emoción y profundidad, ha establecido un hito en la música flamenca moderna. No obstante, su cambio con el paso del tiempo no se ha restringido solo a aspectos artísticos, sino que también ha cubierto su imagen personal, su modo de vida y su perspectiva sobre la música.
Diego nació el 27 de diciembre de 1968 en Madrid, en la zona de El Rastro, en el núcleo familiar de origen gitano. Desde su juventud, demostró una predilección innata por el flamenco, inspirado por figuras como Camarón de la Isla y Paco de Lucía. Su habilidad vocal lo impulsó a trabajar en conjunto con personalidades prominentes del flamenco, como Tomatito y Vicente Amigo, lo que le facilitó establecerse como un ícono de la nueva generación de cantantes en la década de los 90.
En este periodo, Diego el Cigala se distinguía por una representación simple y genuina, con un estilo que mostraba su vínculo con las costumbres flamencas. Utilizaba vestimenta modesta, con camisas abiertas y pantalones de corte tradicional, y mantenía el cabello largo y desplegado, una característica característica de los flamencos de su tiempo. Su música estaba fuertemente arraigada en el flamenco puro, lo que lo transformó en un emblema de respeto y autenticidad en la categoría.
En 2003, Diego el Cigala publicó Lágrimas Negras, un álbum emblemático que estableció un punto de inflexión en su trayectoria musical. Este disco, producido en conjunto con el pianista cubano Bebo Valdés, fusionó el flamenco con los sonidos del bolero y el jazz de América Latina, y obtuvo elogios a nivel mundial. La fusión de culturas y géneros musicales no sólo transformó el escenario musical, sino que también promovió a Diego hacia un reconocimiento a nivel mundial.
Desde ese instante, su cambio empezó a ser perceptible. En el ámbito artístico, expandió sus perspectivas musicales, indagando en estilos como el tango, la salsa y la música de América Latina en su totalidad. En el plano personal, adoptó una apariencia más sofisticada y refinada. Su atuendo se transformó en atuendos sofisticados, frecuentemente mezclados con pañuelos de seda y zapatos de cuero, evidenciando su ascenso a una nueva categoría de artista internacional.
Con el transcurso del tiempo, Diego el Cigala ha continuado su reinventiva. Su vida privada, caracterizada por los altibajos, también ha tenido impacto en su obra musical. El fallecimiento de su esposa, Amparo Fernández, en 2015 representó un impacto devastador que se manifestó en sus interpretaciones, llenas de una intensidad emocional aún más marcada. Durante este período, su música adoptó un tono más introspectivo y triste.
Respecto a su imagen, Diego ha optado por un estilo más desenfadado, aunque siempre con un matiz de refinamiento. Su cabello, ahora canoso, se ha transformado en un componente de su identidad, así como su barba meticulosamente arreglada. Esta transformación manifiesta una madurez tanto personal como artística, fortaleciendo su lugar como uno de los principales exponentes del flamenco en el siglo XXI.
Sin embargo, su carrera no ha estado libre de controversias. Diego el Cigala ha recibido críticas por su conducta fuera del público y se ha visto envuelto en ciertos escándalos jurídicos. No obstante, ha logrado vencer estos obstáculos y mantener su relevancia en el escenario musical.
En términos propios, Diego ha indicado que cada vivencia, ya sea positiva o negativa, ha sido un recurso de aprendizaje que se refleja en su arte. Su voz, ahora más rasgada y llena de matices, refleja su progreso personal y laboral.