El voluntariado en familia de la Fundación Nadiesolo.org tiene algo de mágico, pero más si cabe en estas fechas navideñas, donde la actividad programada de ocio compartido consigue «que todos los asistentes vivan el verdadero ambiente de la Navidad » afirma Anita Richarte, que acude a estas citas con su marido Julio y sus cuatro hijos, el menor, de 6 meses. «Nosotros siempre lo comentamos cuando dejamos al niño que nos toca en casa: hay algo que nos ha tocado el corazón, algo nos ha cambiado por dentro a todos». Esta farmacéutica de profesión llegó hasta la actividad de NadieSolo.org a través del colegio.El Prado, al que acuden sus hijos, y asegura que en este tipo de encuentros, «todos ganamos: el niño que sacamos se lo pasa pipa, sus padres disfrutan de un respiro y dedican más atención al resto de hermanos... Pero los voluntarios nos llevamos más de lo que damos. A nosotros nos sirve para infundir a nuestros hijos generosidad, empatía, agradecimiento, alegría y lucha. La sensación de plenitud es enorme . Si la gente lo supiera… Ojalá se animasen más familias. Es muy necesario. En esta ocasión se han quedado dos niños sin salir y es una lástima porque es una actividad que no supone ningún esfuerzo… Solo hay que dar el paso». Richarte asegura que se trata «de ceder todos un poco , y dejar de lado partidos de baloncesto, o de fútbol, o la compra que tengas que hacer ese sábado». «Normalmente nos toca una salida cada mes, mes y medio. Sacas al niño un sábado por la mañana. Los niños se 'reparten' entre varias familias para lograr que salgan mínimo dos veces al mes. Son menores que comparten un vínculo entre ellos. Pero en realidad los conocemos a todos porque acudimos al mismo plan de ocio organizado por la Fundación », explica Irene Córdoba, a quien participar junto a su marido y sus tres hijos en el programa de voluntariado en familia de esta entidad le parece «un regalazo del cielo». Se podría decir que esta pareja de farmacéuticos lleva involucrada con distintas asociaciones desde su noviazgo, durante el cual ella llegó a ir a la India. De recién casados se fueron a vivir cinco años a Canadá y allí asistían todos los sábados al comedor social de las Hermanas de la Caridad de Teresa de Calcuta . Así que cuando nació su hija mayor, todavía destinados allí, decidieron continuar con la experiencia. «La llevábamos en el carrito siendo un bebote. Era la fuente de alegría en aquel comedor. Canadá es un país donde hay muchísima soledad, mucho frío, tanto para el cuerpo como la mente, hay poca luz, muchas depresiones… En esos inviernos tan inhóspitos, encontrarte con comida y con la luz de unos ojos tan pequeños e inocentes… Fue maravilloso compartir nuestro tesoro con aquella gente así que Sofía lo ha visto y lo ha vivido desde que ha nacido», rememora esta madre. Ya de vuelta a España dieron con el voluntariado familiar de la Fundación Nadiesolo.org al entrar en el Colegio Escolapios (Pozuelo de Alarcón, Comunidad de Madrid). De hecho, admite, «fue una de las cosas que más nos llamaron la atención de la oferta del centro escolar». En aquella época Pilar, la mayor, tenía sólo tres añitos, y Sofía, la segunda, uno. Javier no había nacido todavía. «Fue una experiencia también súper especial. El voluntariado nos había acompañado en distintas etapas de nuestra vida y queríamos que, al volver a España, siguiera siendo una parte esencial en nuestras vidas. Ya en Madrid, queríamos darle continuidad. En Canadá nos ayudó muchísimo y no deseábamos que fuera una experiencia aislada de nuestra vida antes de tener hijos, sino integrarla en nuestra vida familiar y que crecieran con ella, ya que consideramos esta actividad un alimento para el alma ». Con esta entidad, asegura esta madre, «hemos descubierto una familia en la que cada uno podemos crecer en la entrega a los demás y enseñar a nuestros hijos un valor tan importante como ese, tan esencial».