Estimulado por la proximidad de la Navidad y el espíritu de buena voluntad que se predica de este acontecimiento, me fijé en un pensamiento de Quinto Aurelio Símaco, que vivió entre los siglos IV y V de nuestra era. Decía: “Contemplamos los mismos astros, el cielo es común a todos, nos rodea el mismo mundo. ¿Qué importancia tiene con qué doctrina indague cada uno la verdad?”
Entre muchos sucesos que aquí y afuera ensombrecen el panorama, la lucidez del escritor romano me alivió del mal trago por el desaguisado de algunos de pretender sustraernos a la jurisdicción de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no por las razones despóticas que han justificado a las tiranías del entorno para ignorarla, sino por otras igualmente despóticas pero que tienen su origen en otra clase de mezquindad e intolerancia.
Recordé el expresivo texto del artículo 32 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, tan apropiado para esta parte del año: “Toda persona tiene deberes para con la familia, la comunidad y la humanidad. Los derechos de cada persona están limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de todos y por las justas exigencias del bien común, en una sociedad democrática”.
Me pregunté cuánto de verdad hay en la idea que expresaba un autor de libros de relativo mérito: “Las cosas malas de este mundo solo tenían una lección que darte: somos peores de lo que podrías llegar a imaginar”.
Pero entonces volví, como me ocurre a menudo, a un tiempo que no era mejor que este, pero que me lo parece, tal vez porque como alguien decía: “El pasado es lo que tú haces de él: puedes usarlo para hacer daño a otro o a ti mismo, o puedes usarlo para hacerte fuerte”.
Era la época en que era un niño, cuando, como apunta con tanto acierto Ian McEwan, “miraba a los viejos como una especie aparte, como los gorriones o los zorros”.
Entonces, no había calendarios ni modo de echar mano de ellos. La Navidad no la pregonaba la propaganda sino la actitud de la gente, estimulada por la gracia de la luz que había sucedido a una gris estación lluviosa para convertirla en garúas del Niño. Tampoco había relojes que apremiaran, y hasta quien los tenía no los usaba: la hora se adivinaba, no se sabía.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.