En Chernóbil, epicentro del peor desastre nuclear de la historia, el descubrimiento de un hongo negro conocido como Cladosporium sphaerospermum es capaz de alimentarse de radiación. Este organismo, hallado en las paredes del reactor número 4, no solo sobrevive en niveles de radiación letales para la mayoría de los seres vivos, sino que los utiliza como fuente de energía.
La capacidad única de este hongo ha capturado la atención de científicos, quienes ven en él un posible aliado para combatir la contaminación nuclear. Con una resistencia excepcional, el hongo radiotrófico es capaz de transformar radiación en energía mediante un proceso llamado radiosíntesis, similar a la fotosíntesis en plantas.
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Desde el accidente en 1986, la zona de exclusión de Chernóbil permanece deshabitada, con altos niveles de radiación que hacen inviable la vida humana. Sin embargo, investigaciones realizadas en las últimas décadas revelaron que estos hongos en el reactor dañado pueden prosperar en zonas con radiación extrema.
Un estudio publicado en la revista PLOS ONE en 2007 confirmó que especies como Cladosporium sphaerospermum, Wangiella dermatitis y Cryptococcus neoformans poseen melanina, el pigmento que, en este caso, no solo protege contra la radiación, sino que la convierte en energía química. Según expertos, estos hongos resistentes a la radiación crecen más rápido en entornos con radiación intensa, una adaptación que intriga a la comunidad científica por sus posibles aplicaciones.
El potencial del hongo radiotrófico para la biorremediación ha abierto nuevas puertas en el manejo de sitios contaminados. Al utilizar la radiación como "combustible", estos organismos podrían desempeñar un papel crucial en la limpieza de lugares como Chernóbil o Fukushima, donde métodos convencionales son riesgosos y costosos.
Además, la versatilidad de estos organismos adaptados a la radiación ha despertado interés en la industria aeroespacial. Ensayos realizados en la Estación Espacial Internacional (ISS) sugieren que estos hongos podrían ser útiles en la construcción de hábitats protegidos contra la radiación cósmica, facilitando misiones a Marte y otros destinos hostiles.
La extraordinaria resistencia de Cladosporium no solo inspira soluciones para la contaminación radiactiva, sino también avances en biotecnología y resiliencia biológica. Científicos investigan cómo los genes responsables de su tolerancia extrema podrían usarse en cultivos agrícolas resistentes al estrés ambiental o en materiales para proteger infraestructuras de la radiación.
El descubrimiento de estos hongos extremófilos redefine los límites de la vida en condiciones extremas y podría abrir la puerta a innovaciones que beneficien tanto a la Tierra como al espacio. Mientras las investigaciones continúan, el hongo que prospera en Chernóbil plantea un mensaje poderoso: la naturaleza encuentra formas sorprendentes de adaptarse y sobrevivir.