Ayuntamientos de distinto signo político y diferentes autonomías reactivan la figura del sereno que desapareció en los años 70. Y, en estos tiempos de ascenso neofascista global, conviene recordar el papel de ojos vigilantes del franquismo que a menudo jugaron
Los ciudadanos ya pueden denunciar irregularidades con los veladores en Sevilla a través de la nueva app municipal
El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve.
El curso de la historia está hecho de grandes conmociones y cambios sutiles. En el sobresalto diario en que vivimos, muchos de estos pasan inadvertidos, aunque inciden en nuestros hábitos y, así, moldean nuestras mentes. En Sevilla este 2024 acaba con dos decisiones del ayuntamiento del PP curiosamente relacionadas: la creación de una App municipal para que los vecinos denuncien incumplimientos de las terrazas de los bares y el fin, con promesa de prórroga, del primer año del servicio de serenos desde que, en los 70, se decidió extinguirlos.
Aunque ya hace 4 años del fatídico 2020 del covid, la mayoría recordaremos la fiebre delatoria que, alimentada por el miedo y el aburrimiento, llevaba a muchos confinados a vigilar, tras visillos y cortinas, y denunciar a la policía si otros vecinos iban o venían. Los servicios de emergencia, policiales o municipales están por supuesto para atender a las alertas y reclamaciones ciudadanas, cierto también que hay bares incumplidores de la normativa tanto en los decibelios como en el número de veladores. Pero que en vez de robustecer el sistema de inspecciones públicas se creen Apps para que la ciudadanía ejerza de “espía de barrio” no parece el sistema más ecuánime, eficaz, ni garante de la convivencia.
Que consistorios como el de Sevilla creen Apps para que los vecinos vigilen y acusen de incumplimientos a los bares y a la vez reinstauren el papel de los serenos apunta en una dirección de espionaje y delación propios de sistemas antidemocráticos.
Tampoco diría yo que crear un servicio con 10 parejas de serenas y serenos en una ciudad de 687.488 habitantes y 3,5 millones de turistas anuales sea clave para nuestra seguridad o bienestar. De hecho, en este primer año de trabajo no he visto a ninguno y no es raro, pues operan solo en el casco histórico y este, con sus 4 kilómetros cuadrados, es el mayor de España y uno de los mayores de Europa. Se me ocurre que podríamos inventar una gincana para buscarlos como quien busca una aguja en un pajar… Con el premio de caña y tapa en una de nuestras terrazas “vecino-vigiladas”.
Resulta que esta recuperación de la añeja figura del sereno, vinculada al blanco y negro de los tiempos franquistas, no es mera ocurrencia del alcalde sevillano del PP, José Luis Sanz. Tras la desaparición en los 70 ha habido varios intentos (Madrid del 85 al 87; Catalayud (Zaragoza) unos meses en 2007, Murcia (2007-2014). Y estos últimos años también se han recuperado en municipios catalanas como Mataró (PSC), Santa Coloma de Gramenet (PSC), Premià de Dalt (Junts) y Cornellà (PSC) -las cuatro en la provincia de Barcelona- y Figueres (Junts) -en Girona. La pionera en reactivarlos es Gijón, hoy gobernada por Foro Asturias con apoyo de Vox, que reinstauró a los serenos en 1999, hace 26 años.
Profesionales humildes ayer y hoy, porque en el pasado cobraban de las propinas de 1 ó 2 pesetas que les daban vecinos y comerciantes, y en la actualidad suelen ser contratados entre mujeres y hombres mayores de 45 años, parados de larga duración, desfavorecidos o inmigrantes, es habitual hacerles un retrato entrañable. Pero, durante el franquismo, a menudo eran ojos vigilantes, figuras controladoras, al servicio del régimen opresor de las libertades. Igual que tantas y tantos porteros de edificios, como expone el profesor de Historia Contemporánea Daniel Oviedo Silva en El enemigo a las puertas. Porteros y prácticas acusatorias en Madrid (1936-1945).
Mis propios padres y tíos, militantes clandestinos del PTE en los 70, sufrieron las delaciones de la portera del bloque donde estaba su piso de estudiantes. Mi pareja y yo, décadas después, en casa de amistades en La Habana (Cuba), vivimos la vigilancia y chantaje por parte del CDR (Comité de Defensa de la Revolución) del barrio para quedarse parte de las medicinas, artículos de higiene y cosas que nuestros amigos necesitaban y les habíamos llevado.
“No debemos olvidar que los serenos fueron también un tentáculo del poder municipal para el control social de los barrios”, publicó hace 10 años en este mismo elDiario.es el historiador y fundador de Somos Malasaña, Luis de la Cruz. Pero se olvida. Por eso es necesario su recordatorio de que “pertenecientes al cuerpo de policía o auxiliares de la justicia (…) tenían labores de control, como recoger los pasquines que encontraran y llevarlos a la autoridad, o, en algunas épocas, llevar ante el cuerpo de guardia a cualquiera que anduviera por la calle a partir de determinada hora”.
Por supuesto, todo depende del contexto. Y nuestra sociedad, hoy democrática, no es la del represor franquismo. Pero, con el actual panorama de ascenso fascista global, promover a los espías de barrio, sean vecinos delatores o serenos a menudo rebautizados como “agentes cívicos nocturnos”, ¿da o quita seguridad?
¿No es ya escalofriante el empeño por tenernos rodeados de cámaras en las calles y portales, geolocalizados a través de nuestros móviles y smartphones, a tiro de dron? ¿No deberíamos enfocarnos mejor, en sentido contrario, en legislar para controlar a las tres empresas de neurociencia (Precision, Synchron y el Neuralink de Elon Musk) que, como ha expuesto esta semana Javier Ruiz en la SER, con el supuesto buen fin de revertir parálisis cerebrales y físicas y atajar enfermedades mentales como la depresión, trabajan ya en implantes en el cerebro que pueden leer, descargar y hasta hackear los pensamientos humanos como un negocio hoy tasado en 400.000 millones de dólares, un tercio del PIB español?
La amenaza a la libertad viene hoy de compañías como Precision, Synchron y el Neuralink de Elon Musk con sus implantes cerebrales capaces de controlar mentes humanas y de la falta de decisión por parte de las Administraciones para redistribuir la riqueza como se necesita para impulsar a la mayoría social.
La verdadera amenaza a la libertad, la democracia y el bienestar de la mayoría social está ahí y en la desigualdad. En que en España el 10% más rico acapara el 54% de la riqueza y el 1%, de hecho, tiene un cuarto de todo, mientras el 50% más pobre de nuestra sociedad se reparte el 7,8% de los recursos.
La verdadera seguridad para los barrios no se construye con parejas de serenos sino con inversión en educación pública que impulse a las familias de las zonas abandonadas, marginadas y empobrecidas. Y, como señala un informe de la APDHA, 10 de los 15 barrios más pobres de España están en Andalucía, 6 de los 15 en Sevilla, 3 en Córdoba y 1 en Málaga, así que sus ayuntamientos y la Junta andaluza, los alcaldes José Luis Sanz, José María Bellido, Francisco de la Torre y el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, todos del PP, tienen tarea que hacer.