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Victoria Bermejo, escritora: "En Barcelona ya no hay ningún sitio donde puedas ir a cenar a las tres de la mañana"

Guionista y directora de documentales, Bermejo recuerda a sus familiares más célebres, además de rememorar las noches de una Barcelona que ya se fue y los tiempos en los que era la única mujer de los consejos de redacción de 'TBO' o 'Complot'

El anterior 'La gente habla' | Elena González Matas, librera: “A veces, conocer a un escritor es decepcionante”

La silla de oficina donde Victoria Bermejo (Barcelona, 1958), se sienta a escribir estaba en un parking y, como iban a tirarla, se la quedó ella. Tiene la casa llena de muebles antiguos y modernos. Un bargueño, que perteneció a sus tatarabuelos. Una lámpara finlandesa de diseño, que se retuerce como una columna salomónica, y que Victoria quiere mucho porque le va muy bien cuando está triste, ya que se abraza a ella y se le va la pena. En una estantería, con los libros, exhibe una reproducción en pequeño de la Dama del Paraguas (la estatua que hay en el parque de la Ciutadella), y es una de las muchas que mandaba hacer su abuela, para regalar.

Ante su mesa de trabajo, una larga ventana horizontal muestra la ciudad desde Montjuïc hasta el Tibidabo. Una amiga le dijo que parece un cuadro de Antonio López y que es la vista más madrileña que hay en Barcelona. Son sus calles, Barcelona, y su pasión es madrileña. Como fue protagonista y musa de los tebeos en la Barcelona posmoderna, tiene las paredes decoradas con originales de aquellos dibujantes: Gallardo, Mariscal, Sento, Cifré, Micharmut... También hay fotos de Alvargonzález y de Ouka Leele, y un reloj de sus abuelos, que da la hora moderna, y otro reloj moderno de Micharmut, que da la hora antigua.

Ha escrito guiones de películas, ha dirigido su propio documental, Volver a casa con 50 años (2016), y es autora de más de veinte libros infantiles y juveniles, algunos muy populares, como Cuentos para contar en 1 minuto, ilustrado por Gallardo (Arpa, 2017). El año pasado, publicó su primera novela para adultos, Sí, lo hice (Pepitas de Calabaza, 2023), donde sostiene que la vida son los actos por encima de los miedos y hasta de los sentimientos, y que lo valiente es hacer.

Victoria, cuando acabemos la entrevista vamos a los Encantes.

¡Pero si hoy es jueves!

¡Es verdad! ¡No hay!

Estuve el sábado pasado.

Es cuando va más gente.

Muchísima.

¿Fuiste sola?

No, fui con una amiga del cole. La gente, como sabe que voy tanto, se piensa que soy una guía. “Oye, me tienes que llevar a los Encantes”, esta es la frase. El caso es que ahora también voy con las amigas del cole, que nos hemos vuelto a unir. Un día llevé a unas, y con esta llevo dos veces.

¿Se lo pasan bien?

¡Uy, mi amiga! Encontró un huevo de cristal para poner de pisapapeles, que era maravilloso. Y una lámpara de flexo, en hierro colado, de los años 50, que pesa lo suyo, por 5 euros. ¡Joyas!

¿Joyas también?

Pero no de joyería. ¡Auténticas joyas de los Encantes! Solo busco piezas de chamarileros.

¿Y qué encuentras?

Para mí, los Encantes son como El Corte Inglés. Si necesito una bombilla, la compro allí. O si necesito un colador o una sartén. O la tela de las cortinas. Aunque, más que nada, voy a hacer fotos de los muebles, de los cuadros, y luego escribo historias sobre ellos. Invento las biografías de los retratos. Los recorro en zigzag, de punta a punta. Sobre todo, la parte de abajo. Arriba, el señor que vende cuentas de lámparas de araña, que tiene cosas de cristal tan bonitas, se jubila ya.

¿Qué hace la gente con las cuentas de las lámparas?

Por estas fechas, decorar los árboles de Navidad.

¿Vas con mirada de anticuaria o por glamur?

Voy de paseo. Es un paseo emocional. Me encanta conversar con los vendedores, es que ya somos como amigos. El otro día, un señor me explicó que no puede irse a su casa de Fez, que se la hizo en Marruecos, porque los vecinos le han robado todo. Le han dejado sin lámparas y sin grifos.

En los Encantes he visto grandes colecciones arrojadas al suelo

¿Cuál es tu relación con los objetos?

Aunque no lo parezca, yo soy muy línea clara. No me gusta tener trastos en casa. Lo que me encanta es tener pocas cosas y bonitas. Conservo algunos objetos del pasado. Unos eran de mi casa, y los querían tirar. Otros los he heredado de mis antepasados. Y luego tengo cosas que he comprado porque las necesitaba. Mira, estas sillas son de los Encantes. ¿Verdad que son un poco hermanas Gilda?

Como las que dibujaba Vázquez.

Pues son comodísimas, porque te recogen toda la riñonera. Me costaron nada, aún eran pesetas. Todavía las voy tapizando. Y esto, que no sé si es alfonsino, o isabelino, o lo que sea, era de mis bisabuelos. No me gusta comprar cosas pequeñas, cajitas, cosas así. Yo solo compro cosas necesarias y grandes.

¿Sales en busca de belleza?

Es eso, pero me da mucha pena. En los Encantes he visto grandes colecciones arrojadas al suelo. Como la de la pintora Maria Girona, su obra, sus cosas. O la del fundador de Eina, la escuela de arte y diseño. Allí estaban amontonados todos sus catálogos, sus libros... La gente vacía las casas con cristalerías y vajillas completas, que han puesto, tirando largo, cuarenta navidades en su vida. Porque no las han usado de a diario.

¿Qué te parece el edificio de los Encantes? Es del Estudio b720, unos arquitectos de vanguardia.

Ya hará diez años que están ahí. ¿Sabes qué? Al principio, yo estaba como todos. Me molestaba que a los Encantes les quitaran el barro, el fango, la lluvia... Creía que estar a la intemperie les daba más autenticidad. Pero ahora pienso lo contrario. Me gustan más ahí. Es una gran obra arquitectónica. Todo el edificio me fascina. Y lo del techo de espejos es una maravilla. Estás allí, y te ves reflejada entre la multitud. Se ve todo el hormigueo. Y el suelo es muy zoco árabe.

¿No crees que han perdido libertinaje?

Todo está perdiendo siempre libertinaje. Antes, en el café de la esquina, servían una “barrecha” de huevo con gaseosa y café y un chorreón de coñac, que no sé cómo se llamaba. Y, ahora, pues hacen un huevo bénédictine. Pero, bueno, así es esta ciudad. En Barcelona ya no hay ningún sitio donde puedas ir a cenar a las tres de la mañana.

¿Tú has cenado a las tres de la mañana?

En mis épocas, claro. Saliendo de los bares de la parte alta, bajábamos a la plaza Letamendi y dentro de un parking había una hamburguesería. Allí nos metíamos a las tres de la mañana. Era una cosa loca, porque a esa hora poca gente estaba serena. Veías a la gente con el rímel corrido, o una media rota, y te sentabas a comer con avidez. Necesitabas morder una hamburguesa. Era mágico. Había otro lugar por el Born, cerca del Zeleste, que también estaba abierto hasta tarde. Era en la calle Assaonadors, o una de estas. Se llamaba la Lola, que era una señora, para mí, mayor. Claro, yo tenía 18 o 20 años. Y ella iba vestida de negro, guapísima, y servía estofado de carne, pero muy bien hecho, y estaba abierto toda la noche. Cuando le daba la gana, cogía la guitarra y cantaba boleros y unas canciones preciosas.

Se acabó esa Barcelona.

No sé. Supongo que en el puerto olímpico habrá algún sitio. Porque si no, ¿la gente qué hace? ¿Llamar al Glovo para que les traigan una pizza? Igual es así.

Barcelona era la ciudad de los cómics, las revistas y los bares de diseño

Victoria, cada vez que hablo contigo, me acuerdo de tus circunstancias, es decir, de Ortega y Gasset.

Es de la familia. De joven, procuraba que no se supiera. Pero, sobre todo, desciendo de los Gasset, porque yo no soy Ortega.

¿Entonces, también eres familia de aquel que molaba tanto, el que hacía Días de cine?

¡Mi tío! Antonio Gasset era tío mío. Lo traté mucho cuando se vino a vivir a Barcelona. Estaba enrollado creo que con Emma Cohen. Tenía muchas novias siempre. En aquella época, era director de fotografía de cine. Iba a comer a casa de mis abuelos. La Gasset era mi abuela. Un día les soltó que era amigo de Oriol Bohigas, el arquitecto. Y a mi abuelo, que era secretario del ayuntamiento, le sentó muy mal porque Bohigas era de izquierdas. Entonces, mi madre, que era su prima hermana, le prohijó y venía a comer a casa un día a la semana. Era muy tímido y hablaba muy poco; pero, cuando hablaba, decía cosas interesantes y soltaba chistes de esos suyos.

¿Y tu abuela no intercedió?

Pues no sé. Pero mi abuela Pilar era de lo mejorcito de la familia. Una mujer extraordinaria, divertidísima. Llegabas a su casa y siempre había cambiado los muebles de sitio. Donde ahora está el MNAC (Museu Nacional d'Art de Catalunya), tenía un estudio que usaba para aprender a restaurar. Era muy aficionada a la restauración.

¡Los Gasset fueron muy importantes en la Restauración! Eran conservadores de Silvela o algo así.

Ese era mi antepasado, Rafael Gasset, que fue ministro. Y su padre, Eduardo Gasset, había fundado el diario El Imparcial. Hay un libro de Gabriel Cardona, Los Gasset, donde se cuenta toda la saga. Pero se imprimieron pocos ejemplares. También mi abuela era todo un carácter. Se sacó el carnet de conducir con 55 años. Condujo hasta casi el final de su vida, pasados los 80. Yo me lo saqué a los 20, precisamente, para poder llevarla.

¿Dónde vivíais entonces?

Pues, mira, yo nací en la calle Manila, en Pedralbes. Luego nos fuimos a vivir a Valladolid. Allí estuve desde los 7 hasta los 10 años. Y luego volvimos a la Diagonal, en la plaza Calvo Sotelo, que ahora se llama plaza Francesc Macià. Pero, claro, me cuesta muchísimo llamarla por su nombre actual, porque antes era Calvo Sotelo, y se me quedó así, aunque es un nombre horrible. Menos mal que a la Diagonal la gente nunca la llamó avenida del Generalísimo Franco. Y ahora vivo en la plaza de Tetuán, que es Tetuán de las Victorias, y yo me llamo Victoria. Hay un hilo secreto que lo conecta todo.

¿Tu familia era de izquierdas en un ambiente de derechas?

No, mi familia era de derechas en un ambiente de derechas. La familia de Antonio Gasset era otra historia, más de izquierdas. Mi abuela y su padre, Carlos, eran hermanos. Mi abuelo llegó tarde a la boda con mi abuela porque tuvo que ir a sacarlo de cárcel. Mi abuelo sí que era de derechas, pero liberal. Un hombre cultivado, que estudió cinco carreras. Siempre tenía un juego con mi padre, que era su yerno, y que consistía en ver quién decía una palabra que el otro no conociese. La soltaban en medio de la conversación. Así, un día, de pequeña, descubrí la palabra ósculo, que es beso.

Hoy, esas palabras acabarían en los Encantes.

He conocido muchas cosas antiguas. En mi familia se distinguía, al pronunciar, la v de la b. Lo hacía, por ejemplo, otra prima hermana de mi abuela, Ángeles Gasset, que fue la que montó el colegio Estudio, de Madrid, que era heredero de la Institución Libre de Enseñanza. A esta tía mía sí que la he tratado muchísimo. Veraneaba en Cuenca, y nosotros también pasábamos el verano allí, porque mi abuelo materno, Bermejo, era conquense. Tenía una casa palacio.

¿Cómo se conocieron tus abuelos?

Mi abuelo, Juan Ignacio Bermejo, se había quedado viudo, porque su mujer murió de parto, y se fue a Madrid. Y un día, al salir de la pensión, vio a una señora muy guapa por la calle, que era mi abuela Pilar Gasset, y la siguió hasta la cervecería Cruz Blanca, y se presentó. Luego fue a casa de mi bisabuela para decirle que era un hombre serio, que tenía tres carreras y que sabía tocar el piano.

Pero tú usas Bermejo de primer apellido.

Es que los he invertido. Yo me llamo Victoria Sánchez-Izquierdo Bermejo. Mi padre era Sánchez-Izquierdo, de Ciudad Real. Pero he sido Victoria Bermejo desde muy joven. A veces, a mi hermana y a mí nos llamaban las hermanas Bermejo. Bueno, eso era una que estaba como una cabra, que trabajaba en el ayuntamiento porque mi abuelo la había puesto allí. Y luego, cuando mi madre se murió, quise hacerle un homenaje y usar siempre su apellido. Victoria Bermejo. Murió muy joven, con 44 años. Yo ya tenía 22, porque me tuvo a los 22. Yo soy la mayor de siete hermanos.

¿Cuándo empezaste a leer tebeos?

Desde pequeña. Sobre todo, los leía cuando estaba enferma. Me compraban el Lily, el TBO, el DDT...

Y al final te casaste con un editor de tebeos.

Con Joan Navarro. Pero, cuando nos conocimos, Navarro aún no era editor, aunque ya había abierto Continuará, la librería de cómics.

¿Os conocisteis en el ambiente del cómic de Barcelona?

¡Qué va! Fue en París. Yo tenía una amiga parisina, Nicole Canto, que venía al Archivo Histórico de Barcelona, donde yo trabajaba. Estaba en la hemeroteca, en la sección de tebeos y revistas, y microfilmando todo aquel papel. Y Nicole investigaba sobre el grupo de Mujeres Libres, y nos hicimos amigas. Me invitó a su casa, en París, y allí apareció Joan Navarro, que era medio novio suyo. Bueno, ella tenía más de un novio y de una novia. Pero, antes, me había ido a Nueva York con mi hermana Mar.

¿A qué fuiste?

Pues a vivir la vida, en los 80.

¿De qué vivías?

Durante un tiempo, estuve haciendo unas encuestas de papel higiénico para hispanos, quiero decir, las encuestas, no el papel. Y también trabajé en unas oficinas de exportación e importación de productos electrónicos, walkman y todas aquellas cosas que estaban de moda. Lo llevaba un catalán, el señor Ferrer. Allí, vi a los marqueses de Urquijo poco antes de que los asesinaran. El que más venía, el marqués.

¿Volviste cambiada?

Volvimos con minifaldas. Yo no usé minifalda hasta que no fui a Nueva York. Antes, las progres llevaba faldas largas. Pero, con la new wave, se recuperó la minifalda. Y los zapatos de punta, los abrigos de imitación de piel, los colores rosa fucsia..., todo aquel estilo.

¿Con esa pinta, pegabas en Barcelona?

Sí, yo siempre he pegado en todas partes. Y Barcelona estaba muy bien. Muy viva, muy moderna. Era la ciudad de los cómics, las revistas, los bares de diseño...

Había pocas mujeres en aquel ambiente cultural.

Se nombra a muy pocas mujeres, es verdad. Pero lo cierto es que entonces había muchísimas mujeres que querían hacer cosas, exposiciones, ser artistas, escribir, dirigir películas, trabajar en televisión... Nosotras formamos un grupo de mujeres artistas, que se llamaba Griffeesofistika.

Muy sofisticado, muy ochentero.

Esa era la idea. El nombre era por el grifo, el animal mitológico, y por la pretensión de sofisticación. En el Màgic, montamos una exposición sobre grifos de todo tipo. La única que hicimos.

¿Cómo era ser la única chica en los consejos de redacción de un tebeo?

Pues sí, eran todos hombres menos yo, sobre todo en el TBO y en Complot. Aunque opinaba igual que todos en la mesa, luego era yo quien tenía que llevar las cartas a Correos, y era la que hacía la cena en nuestra casa cuando venían todos a cenar. Pero vamos, Navarro siempre me escuchó, aunque no lo reconociera mucho. Me hacía bastante caso porque creo que confiaba en mi criterio. Si no, no me hubiera dado trabajo.

Aunque opinaba igual que todos los hombres del consejo de redacción, luego era yo quien tenía que llevar las cartas a Correos

¿Ya querías ser escritora entonces?

¡Claro! Desde los 4 años lo sabía, que iba a ser escritora. De niña, escribía cuentos, los ilustraba, y se los dejaba a mis padres debajo de la almohada. Cuando vacié el armario de mi madre, descubrí que guardaba varios de esos cuentos.

¿Cómo fue escribir los libros ilustrados con Gallardo?

Hombre, Gallardo y yo hemos trabajado juntos muchísimos años. Por lo menos, hemos hecho juntos 12 o 15 libros, ya no me acuerdo.

¿Cómo era?

Me caía fenomenal. Parecía un sabio distraído. Y, sin embargo, era un tío que se fijaba en detalles, particularidades. Me encanta la gente que se dedica a encontrar un pelo o una flor en un sitio donde no pega. Ese era Gallardo. Un tío exquisito y un ser humano excepcional. Cariñoso y bueno.

¿La gente joven te influye?

Sí, sí, me gusta estar al corriente. Aprendes de ellos.

¿Qué aprendes?

Sobre todo aprendo que hay que seguir vivo.

Pero, Victoria, ¡si no paras de vivir!

¿Te refieres a que salgo mucho? Es que tengo muchos amigos. He trabajado en muchos campos y he hecho amigos en muchos ámbitos diferentes. Así que salgo mucho, porque todos me invitan, y me gusta asistir. Me gusta estar a su lado. Pero se me acumula la faena. Ahora viene un amigo músico, de Nueva York, que actúa el lunes y me digo, madre mía, empiezas a salir el lunes, qué horror. Porque, además, luego pierdo comba para escribir mis cosas. Así que voy, pero muy poco rato. Me suelo despedir a la francesa de todos los sitios, porque no soporto que me digan que me quede más.

¿Han cambiado mucho los saraos?

Mucho. El otro día lo comentábamos en una inauguración, en la galería de Esther Montoriol, que está aquí al lado. Antes ponían cervezas. Pero ya no. Yo creo que se equivocan; porque, además, si la gente va un poco mona, compra más, ¿no?

La vida social de Madrid es muchísimo más variada

Has instalado una luz roja en la terraza.

Es que la luz roja pone. Desde que he puesto una bombilla roja, todo ha cambiado. La gente está más sensual. Viene más contenta. La luz roja le da una atmósfera muy bonita a la terraza. Parece un meublé. Con otra luz, la gente tímida habla menos. Yo no, yo no paro de largar. Y cuando me pongo nerviosa, largo más todavía.

Hablando de la terraza, cuéntame la historia del pajarito.

Empezó a venir en la pandemia. Claro, los pájaros pasaban hambre porque no había vida en la calle y buscaban comida por las terrazas. Yo no me había fijado nunca, y mira que trabajo aquí. Pero, de repente, me di cuenta de que había empezado a venir siempre el mismo pajarito.

¿Qué pájaro era?

Un gorrión o un petirrojo. No entiendo nada de pájaros. Como vi que venía, y venía, y venía, empecé a ponerle migas de pan. Un día que no le puse nada, tocó en el cristal con el pico para llamar. No entró, porque le daba miedo. Solo entró una vez, que salí y había dejado la ventana abierta. Lo encontré allá arriba, en el estore. Y desde entonces, no ha dejado de venir. Lo pasmante es que ahora, cuando estoy escribiendo, cada vez que me hago una pregunta, o me sale una frase que está bien, aparece el pajarito. Y me digo: ¡Ya lo tengo! Otras veces, cuando me veo en un apuro, lo invoco, y lo llamo: ¡Pajarito!

Te ayudó cuando escribiste Sí, lo hice.

Sí, me ayudó. El pajarito forma parte de los mejores momentos de mi libro.

¿Te resultó difícil escribirlo?

Fue todo muy rápido. Incluso publicarlo, pero esto fue gracias a Marcos Ordóñez, que me presentó en Pepitas de Calabaza. Empecé a escribirlo un 8 de enero y lo terminé a finales de abril. Luego lo corregí y lo di por definitivo en junio. O sea, lo escribí exprés, Cada día me ponía de 5 o 6 de la mañana hasta las 11. Se escribió solo. No tuve que hacer nada. Incluso el final, que no lo tenía claro, se me apareció por sí mismo cuando, en la Diagonal, vi a una tía que se cayó y se rompió los dientes. Y gracias a eso supe qué hacer con mi protagonista.

¿Se estampó contra el suelo?

Sí, contra las baldosas de Barcelona, como esas que tengo de adorno en el balcón.

Barcelona es tu ciudad.

Una de ellas. Ahora mi objetivo, para el resto de mi vida, es ser mitad madrileña y mitad barcelonesa.

¿Entre la vida cultural de ambas ciudades, ves diferencias?

La vida social de Madrid es muchísimo más variada. En Madrid se mezclan más todas las generaciones. Y también se mezclan más todas las artes.

Pero tú andas desde siempre con dibujantes, bailarines, fotógrafos, periodistas, músicos, escritoras y escritores...

Voy con todo el mundo. Una vez, Antonio Gasset vino a cenar a mi casa, en Berlín. Yo vivía con elfotógrafo Chema Alvargonzález. De repente, Chema dijo: Es que Victoria es una inmadura en el fondo. Y Antonio le soltó: Desengáñate, los Gasset no maduramos nunca.

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