En el corazón de Nueva York, una ciudad llena de contrastes y transformaciones, existe una isla con una historia tan singular como fascinante. Fundada como Nueva Ámsterdam, tuvo su primer asentamiento en una isla, a pocos minutos de Manhattan. Vendida en su momento por apenas un dólar, esta pequeña porción de tierra ha evolucionado para convertirse en un santuario natural que simboliza el cambio y la preservación.
Lo que antes parecía un simple intercambio comercial se ha convertido en un símbolo de la conservación en una de las ciudades más emblemáticas del mundo. La isla ahora es hogar de diversas especies y un ejemplo claro de cómo el pasado y el presente pueden converger para dar lugar a algo único y valioso. Aunque alguna vez fue un lugar desconocido para muchos, hoy se erige como un destino especial para los amantes de la naturaleza.
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La Isla de los Gobernadores, considerada el origen de la ciudad de Nueva York, tiene una historia fascinante que se remonta al siglo XVII, cuando fue fundada por los neerlandeses. Este enclave único combina vestigios históricos con atractivos modernos.
La isla, que alberga un fuerte del siglo XIX y un pintoresco bar de ostras al aire libre, fue hogar de los nativos Lenape, quienes la llamaban Paggank, o Isla de las Nueces. Situada a solo 8 minutos y 730 metros del corazón de Nueva York, conocida como la Gran Manzana, desempeñó un papel fundamental en los inicios de la ciudad.
Los neerlandeses establecieron en la isla el primer asentamiento de su colonia en América, Nueva Ámsterdam. Sin embargo, en 1664, tras el Tratado de Westminster, los ingleses la rebautizaron como Nueva York y la transformaron en un puerto militar estratégico. Durante la revolución por la independencia de Estados Unidos, la isla vio la construcción de tres fuertes clave: Fort Jay, Castle Williams y South Battery.
Tras la independencia, la Isla de los Gobernadores permaneció bajo control del Gobierno Federal y desempeñó diversos roles militares. Fue utilizada como base estratégica, estación de cuarentena para refugiados, prisión para soldados confederados durante la Guerra Civil y cuartel general en la Segunda Guerra Mundial.
Hoy en día, esta histórica isla, que prácticamente forma parte de Manhattan, está deshabitada. Aunque ya no cumple un rol militar, mantiene su esencia histórica mientras renace como un espacio de recreación urbana, invitando a los visitantes a disfrutar de su rica herencia y su tranquilidad única.
En el año 2003, la isla fue vendida por la simbólica cantidad de un dólar. El objetivo principal de la transacción era aliviar al gobierno de los costos de mantenimiento. Lo que parecía una decisión trivial marcó el inicio de un cambio que, décadas después, convertiría a este lugar en un referente de sostenibilidad.
Aunque la isla contaba originalmente con 29 hectáreas, se añadieron otras 40 a principios del siglo XX, luego de la extensión de metro Lexington Avenue en Manhattan.
Con el tiempo, la isla se transformó gracias a esfuerzos comunitarios y gubernamentales, que apostaron por rehabilitar el ecosistema local. Hoy en día, la isla alberga flora y fauna autóctonas y se ha convertido en un refugio para aves migratorias. Es un espacio donde la tranquilidad y la naturaleza contrastan con el bullicio de Manhattan.
Actualmente, la isla está abierta al público durante ciertas temporadas del año. Los visitantes pueden explorar senderos, participar en actividades recreativas y observar las diversas especies que habitan en este ecosistema renovado.
La historia de esta isla es una prueba de que incluso los lugares más olvidados tienen el potencial de renacer y convertirse en tesoros invaluables.