Imagínese esta escena: Terminar de dar un concierto en La Sabana. Salir apresurados hasta Pedregal, en Belén, para emprender desde ahí un viaje en microbús hasta Puriscal. en ese lugar, dar otro show al aire libre frente a cientos de personas, terminar una hora después y volver a la microbús para regresar a Belén y presentar un último espectáculo del día. Más de 110 kilómetros de recorrido, paradas al baño en centros comerciales, comidas apuradas y casi 10 horas de jornada continua. ¿Cómo aguanta el cuerpo semejante trajín?
Esto fue lo que vivió el grupo Los Ajenos el domingo 8 de diciembre cuando dieron, con apenas horas de diferencia, conciertos en La Sabana, Puriscal y Pedregal. Fue un día de locos en medio de la agenda de shows de fin de año que para ellos, como para todos los otros músicos nacionales, representa su temporada alta de trabajo.
Entre traslados en carro, luego en microbús, compras rápidas en un supermercado para el refrigerio, cambios de ropa, idas al baño en centros comerciales o en cabinas sanitarias portátiles; los músicos viven intensas jornadas con la responsabilidad de subir a escena y dar un show de calidad, porque el cansancio en la tarima no se puede evidenciar.
Si asistir como público a un concierto al final nos deja cansados, lo que viven los artistas en esta época entre presentaciones y traslados es una tarea titánica que, en el caso de Los Ajenos, necesita de un equipo de apoyo que funcione como los engranajes de un reloj suizo.
Un equipo de la Revista Dominical acompañó a Los Ajenos en un día de su trajín navideño para ver, desde adentro, cómo resuelven contratiempos y sacan adelante su labor.
En total son ocho músicos, más cinco personas de producción, un chofer y el mánager.
Si en tarima son una pura vaciladera, a lo interno también las risas y la camaradería mandan, porque llevarse bien es la única manera de varias horas metidos en una micro y llevar la tensión de que los shows salgan a la perfección.
Ese día, el grupo tenía tres compromisos que lo hizo trasladarse desde La Sabana a Pedregal, luego a Puriscal y de regreso a Pedregal. La jornada estaba planeada para tres espectáculos con intenciones muy diferentes: uno gratuito de servicio social, uno público al aire libre y una graduación.
El primer destino fue el hotel Crowne Plaza; ahí estuvimos a las 2 p. m. Al lugar, cada integrante de la banda llegó por sus propios medios, así estaba acordado en el plan de trabajo. La cita fue para ser parte de la fiesta de Navidad del Proyecto Daniel, una de las causas sociales que más quieren Los Ajenos y a la cual han apoyado desde hace 13 años.
Los Ajenos, personaje del 2014
La fotógrafa Lilly Arce y yo viajamos con Andrés Jiménez, bajista del grupo. Cuando arribamos, ya estaban ahí Luisga (voz), Kendall Berrocal (batería), Nelson Segura (teclados), Walter De La O (Limón, guitarra), José Pablo Cantillano (Cacho, trombón), Luis Carlos Martínez (Pitín, percusión) y Luis Vargas (trompeta). Los sorprendimos comiendo, una imagen que se repitió varias veces en el día, porque, para cantar, bailar y brincar en tarima, es necesario tener buena energía.
Tras bambalinas hubo bromas y conversaciones curiosas entre ellos: no hay lugar para el aburrimiento en su mundo. Ya en escena, esa misma energía se la contagiaron a los jóvenes que son beneficiados por el Proyecto Daniel, que se encarga de darles una transición más llevadera en su paso del Hospital de Niños a hospitales para adultos.
El tono del show fue emotivo. Los artistas donaron su talento y alegría para festejar la Navidad con estos muchachos y muchachas. “A nosotros no nos cuesta nada y sabemos que los llena mucho de alegría. Es lo bonito que se lleva uno con la música, saber que puede cambiar vidas y tocar el alma”, comentó Luisga antes del primer show de ese domingo.
Por temas de logística, en ese recital Los Ajenos usaron playback para los instrumentos; sin embargo, esa técnica no vale para los brincos, bailes, juegos y vaivenes que acostumbran. A la salida del escenario, era visible el sudor en las camisas mojadas y las frentes brillantes.
Salimos de La Sabana a las 2:50 p. m. rumbo a Pedregal, punto estratégico del grupo para viajar hasta Puriscal.
A las 3:26 p. m. llegamos a Belén, donde ya estaba esperando una microbús. Con todo listo para la salida, ya estaban el chofer Allan Jiménez (Allitan) y Óscar Jiménez (Osquitar), mánager de la banda, quien, en palabras de Los Ajenos, es quien los aterriza y logra que todo salga a tiempo.
Allitan tiene 13 años de ser quien maneja la microbús. ¿Se pueden imaginar la cantidad de información que tiene este hombre en su mente?
Serán Los Ajenos pero estos 15 años han sido muy propios
En la parte trasera, debajo de los asientos, el conductor acomoda los instrumentos: el trombón, la trompeta, la guitarra y el bajo, que son los que cargan con ellos. En tanto, en cada sitio de concierto, el equipo técnico, que viaja mucho antes que los músicos, se encarga del montaje de la batería, el teclado y la percusión.
En la micro, cada uno tiene su espacio asignado. Adelante van el chofer y Osquitar. En la primera fila se acomodan Luisga, “Emma” (la hielera que va cargada con agua, hidratantes y cervezas) y Cacho. Después se ubican Limón, Nelson y Luis. Más atrás van Kendall, Andrés y Pitín.
Ese día Luisga no viajó con nosotros en la microbús, así que la fotógrafa y yo usamos su campo y el de Emma, que pasó a ocupar un espacio de privilegio adelante.
Salimos de Pedregal, pero aunque el tiempo ya apremiaba, había que pasar a comprar provisiones para el viaje, así que hubo una parada técnica en un supermercado cercano. Entre las compras destacaron cajas de uvas verdes, refrescos, Pizzerolas y hasta galletas con chocolate.
Ya en camino, las dinámicas del viaje siempre cambian: los músicos ven películas, se vacilan entre ellos, se comparten los snacks, algunos descansan. Cacho se convierte en el DJ de la micro. Al principio escucharon salsa, pero las peticiones de sus compañeros fueron cambiando en el trayecto, hasta que se llegó, extrañamente, a escuchar a Marrano, un grupo que les saca las risas a Los Ajenos, y ya eso es mucho decir.
El viaje transcurrió con mucha tranquilidad. Para mitigar la espera, en el camino se les ocurrió que Osquitar los describiera a cada uno de ellos. Fue como un paseo entre amigos.
A Puriscal llegamos a las 5:10 p. m. Allí se presentarían en el marco de la Feria del Chicharrón. Mientras estábamos detenidos en una presa antes del parque del lugar, Cacho vio a una policía de la Fuerza Pública y entabló conversación.
Sin saber cómo o por qué, alguien le dijo que le regalara un algodón de azúcar, y de pronto aparecieron en la micro dos algodones de color celeste (justo a nuestro lado había una venta). Los algodones pasaron de mano en mano. Cacho llamó a la oficial y le regaló el dulce a nombre del grupo. “Los amo”, dijo la policía, quien reconoció que eran Los Ajenos gracias al rótulo que llevaba el vehículo.
Y como en una gira como estas cualquier cosa puede pasar, hubo un episodio complicado. El mánager se bajó del vehículo para buscar a los organizadores, y en ese momento perdió la billetera con todos sus documentos y ¢80.000 colones que cargaba para emergencias. Los oficiales de seguridad de Puriscal fueron advertidos al respecto, pero nada podía detener el concierto, así que había que seguir con el plan.
Un detalle muy curioso de cuando llegamos a Puriscal fue cuando varios de los músicos salieron de la micro para ir al baño. Un policía municipal los acompañó por el parque para dirigirlos al lugar; todo pasó sin novedad, algo totalmente diferente a cuando Los Ajenos se bajaron del escenario después de tocar. Ya les contaremos.
A nuestra llegada a Puriscal, el equipo de producción formado por Andrey Montero (audio), Yorman Vargas (luces y visuales) y los técnicos Óscar Mattey, Roy Gutiérrez y Luis Eduardo Loría, ya tenía todo montado en el escenario, los instrumentos listos, el sonido probado y hasta los vestuarios, los sombreros y la máquina para lanzar guirnaldas de papel higiénico estaban dispuestos en lugares estratégicos de la tarima. Todo se maneja bajo un guion: desde cambiarse de ropa para tocar Mireya, hasta montar una cancha de fútbol para jugar con una bola gigante. Cada movimiento, como en una orquesta, está fríamente calculado.
A Los Ajenos los recibieron con refrescos y, por supuesto, chicharrones puriscaleños. El puntalito antes de tocar cayó muy bien.
Este concierto, a diferencia del primero, era con toda la música en vivo, así que antes de salir a escena hubo que probar y afinar instrumentos, confirmar sonidos en los in-ears y los monitores del escenario.
Luisga, como viajó aparte, fue el último en llegar, casi al filo de la hora del chivo (6 p. m.), pero a tiempo. Una vez más, como una máquina bien aceitada, apenas apareció el cantante, la producción se encargó de colocarle los equipos de sonido, probar el micrófono, y listo para hacer lo suyo.
El show, además de musical, es también una puesta en escena ambiciosa. Cabe destacar que todos trabajan como si fuera una coreografía (más allá de la de Mireya). Los músicos saben en qué momento hacer ciertos pasos, los de producción conocen a la perfección cuándo ayudarlos a ponerse los sombreros, los lentes de láser o los sombreros. O, por ejemplo, en qué punto transformar al baterista Kendall en un particular personaje con peluca y brassier y hasta cómo volverlo a cambiar y ponerle de nuevo su camiseta.
Los muchachos de producción se mueven con sigilo por la tarima; desde el público ni se notan. Solo viéndolos trabajar desde atrás se puede apreciar el gran esfuerzo que hacen para pasar de un lado al otro cargando cosas sin chocar con los músicos. Roy Gutiérrez, incluso, se transforma en una vaca para ser parte de La cumbia de los locos y en una Pantera Rosa para el cover Navidad sin ti. Desde el exterior se ve como una locura, pero a lo interno todo tiene sentido.
El concierto en Puriscal fue un éxito, sin dudas.
Y ahora, retomando el tema que mencionamos antes de la seguridad y la ida al baño... cuando el show terminó, a Luisga lo sacaron custodiado por varios policías municipales. Eso sí, no porque el artista lo pidiera: fue una decisión de la seguridad debido a que detrás de la tarima se había aglomerado un gran grupo de personas que quería saludar al cantante.
Apoyo a una buena causa
Ese domingo 8 de diciembre Los Ajenos sacaron de su tiempo y talento para apoyar al Proyecto Daniel en su fiesta de Navidad.
Este proyecto sin fines de lucro es un programa para ayudar a los jóvenes con tratamientos médicos en su paso del Hospital de Niños a los centros médicos de adultos.
Para más información sobre Proyecto Daniel puede ingresar a las redes sociales del programa.
Algo similar sucedió con el resto de músicos. Para ayudarlos a pasar entre el gentío, miembros del staff de la organización formaron una cadena humana para abrirles el paso. Para los músicos, esta situación causó mucha extrañeza y hasta bromas, ya que cuando llegaron a la microbús, que estaba parqueada a un costado del parque, simplemente los dejaron a la libre, y ahí comenzaron a llegar varios fanáticos a tomarse fotos con ellos. “Por cinco minutos me sentí Luis Miguel”, dijo entre risas Limón, el más joven de Los Ajenos.
La noche cayó y todavía faltaba regresar a Pedregal para un último concierto: una graduación de escuela.
A las 7:45 p. m. ya estábamos en la microbús de regreso a Pedregal, pero el viaje no podía continuar sin hacer una parada estratégica para ir al baño y hacerle un refill a Emma. Un centro comercial en Ciudad Colón fue el lugar perfecto.
Más adelante, justo cuando pasábamos por el parque de Belén, nos topamos con un concierto. De repente, alguien comenzó a gritar: “¡Malpaís, Malpaís! ¡Pare, mae, pare, pare, pare!" Y así, entre carreras, todos se bajaron corriendo para ir a ver, aunque fuera por un ratito, a sus colegas de Malpaís, que estaban en pleno show.
Los Ajenos se ubicaron a un costado de la tarima, llamando la atención de los músicos de Malpaís, quienes los reconocieron y saludaron desde el escenario. Lamentablemente, el recital estaba a punto de terminar, pero, ante la insistencia de Los Ajenos y del público, el grupo los complació con Como un pájaro.
Cuando los de Malpaís bajaron del escenario, saludaron a sus amigos de Los Ajenos. ¡Qué bonito fue ver la emoción de los chicos al coincidir con sus colegas, aunque fuera por un instante!
De vuelta a la microbús, seguimos hacia Pedregal. Ya eran las 9:05 p. m. y las horas de trabajo, la energía en tarima y el largo viaje comenzaban a pesar, pero aún quedaba un compromiso más.
En Pedregal les esperaba una cena. Como llegamos temprano, hubo tiempo para comer con tranquilidad. Arroz, pollo en salsa, ensalada y verduras fue el menú. En ese momento, el equipo de avanzada ya había hecho su trabajo y también estaba cenando (cabe destacar que para una jornada como la de ese día, Los Ajenos cuentan con varios sets de instrumentos para que los técnicos puedan armar y desarmar con tiempo).
Para ese entonces, los músicos se habían cambiado de ropa al menos tres veces, especialmente las camisas, ya que quedaban completamente sudadas después de los shows. Cada uno carga una maleta con sus cosas personales: cepillo de dientes, pasta dental, desodorantes, camisas... No vaya a ser que en un abrazo con algún fan dejen una mala impresión.
El público del último concierto estuvo compuesto, principalmente, por niños. Los estudiantes de la escuela República de Haití esperaron con ansias la llegada de Los Ajenos para celebrar al máximo su baile de graduación, y así fue.
Cuando los artistas llegamos, ya estaba todo listo en la tarima: vestuarios, accesorios, trajes e incluso la cancha con la bola gigante, todo dispuesto para entretener a la fanaticada.
Los artistas comieron, se dieron un último retoque en la ropa, el peinado y los dientes, y probaron sus instrumentos. Subieron al escenario con una coreografía de La Pantera Rosa, y Luisga hizo lo propio unos segundos después. Así comenzó la tercera y última tanda.
La chiquillada, junto con los papás, vibró. Los Ajenos cantaron con la misma intensidad del primer show, gozaron, corrieron, saltaron... La energía estaba al máximo, a pesar de llevar ya tres conciertos, muchos kilómetros recorridos, más de 10 horas de trabajo y, según el reloj de Andrés, 2.571 calorías menos y 11.200 pasos.
A su lado, los técnicos también vivieron la adrenalina. En la mesa de sonido, la tensión se sentía; bajo el escenario, las carreras para intervenir en el momento preciso, y Osquitar siempre pendiente de que nada quedara fuera.
Los Ajenos, como muchos artistas nacionales, viven jornadas largas de entrega y dedicación durante esta época. Es su trabajo. Muchos, como será el caso de este grupo, pasarán la Navidad y el Año Nuevo alejados de sus familias, pero todo vale la pena por llevar alegría a su público.