En Estados Unidos, existe un platillo tradicional que suele servirse tanto en Thanksgiving (Día de Acción de Gracias) como en Navidad: el puré de camote con malvaviscos. Esta preparación combina lo dulce y lo esponjoso, ya que el puré se cubre con una capa de malvaviscos que, al hornearse, adquieren un tono dorado y una textura ligeramente crujiente en la superficie, mientras mantienen su suavidad en el interior.
Para prepararlo, se cocina el camote hasta que esté tierno, se hace puré y se mezcla con ingredientes como huevos, jarabe de maple, vainilla y jugo de limón. Luego, se coloca en un platón, se “corona” con malvaviscos y se hornea hasta que estén ligeramente tostados y derritiéndose. Sin embargo, una de las mayores controversias culinarias durante las fiestas es si este plato debe llevar malvaviscos o no. Alrededor de un 32 por ciento de los estadounidenses prefiere que no se les añadan, mientras que un 26 por ciento disfruta de este toque dulce en el platillo. Por otro lado, una cuarta parte de la población no gusta de los platillos con camote en absoluto, y un 16 por ciento no tiene una preferencia específica.
Aunque es un elemento característico de las fiestas, la historia demuestra que está lejos de ser una tradición ancestral. Este curioso acompañamiento se originó como una estrategia de marketing que marcó la gastronomía estadounidense del siglo XX.
Cristóbal Colón introdujo el camote en Europa, donde inicialmente fue llamada “papa”, generando confusión con la papa blanca. No fue hasta después de 1740 que en América se comenzó a usar “batata” o “camote” (castellano) y “sweet potato” (inglés) para diferenciarlas. En 1597, John Gerard describió en su Herball or Generall Historie of Plantes (Historia general de las plantas) cómo se consumía: asada con vino, hervida con ciruelas o aderezada con aceite y sal, destacando sus supuestas cualidades afrodisíacas. Esto explica su popularidad en el siglo XVI, siendo apreciada incluso por Enrique VIII y mencionado en obras de Shakespeare. En 1620, una receta del libro del británico Thomas Dawson destacaba su uso en platos que “infundían valor”.
Con el tiempo, el camote cruzó nuevamente el Atlántico hacia las colonias británicas en América del Norte, donde prosperó en los climas cálidos del sur de Estados Unidos. Para el siglo XVIII, ya formaba parte fundamental de la dieta sureña, siendo utilizado en recetas dulces y saladas.
Por otro lado, el malvavisco tiene un origen más inesperado. En el antiguo Egipto, se elaboraba a partir de la savia de la planta althaea officinalis, conocida como “mallow”, mezclada con miel para crear un dulce reservado a la realeza. En el siglo XIX, los franceses desarrollaron la versión moderna utilizando grenetina y azúcar, lo que hizo que fueran más fáciles de producir y comercializar.
El gran cambio llegó en el siglo XX, cuando la empresa estadounidense Angelus Marshmallows perfeccionó su fabricación industrial. Esto transformó al malvavisco en un producto accesible, ideal para incluirlo en recetas y no solo como un dulce para consumir directamente. La empresa buscaba formas de expandir el uso en la cocina, y su estrategia tendría un impacto duradero.
En 1917, Angelus Marshmallows publicó un libro de cocina diseñado para inspirar a las amas de casa a usarlos en sus platillos cotidianos. Entre las recetas destacaba una innovadora idea: camotes horneados cubiertos con malvaviscos que buscaba resaltar la versatilidad como ingrediente más allá de su función como golosina.
El puré de camote con malvaviscos encontró su lugar en las cenas de Acción de Gracias a mediados del siglo XX, convirtiéndose en un acompañamiento para el pavo. La receta se difundió aún más debido a su aparición en otros libros de cocina y campañas publicitarias de marcas de alimentos procesados. Con el tiempo, esta tradición culinaria se extendió también a la Navidad, especialmente en hogares del sur y medio oeste de Estados Unidos.
Lo que comenzó como una estrategia comercial se convirtió en una tradición familiar, transmitida de generación en generación. La combinación del camote, con su sabor terroso y dulce, y los malvaviscos, con su textura ligera y apariencia dorada al tostarse, logró capturar el espíritu festivo de ambas celebraciones, aunque no está exento de controversia. Para algunos, su dulzura lo acerca más a un postre que a un acompañamiento salado. Otros lo ven como un símbolo del ingenio culinario estadounidense, donde la innovación y el pragmatismo han dado lugar a nuevas costumbres.
Este ejemplo es un recordatorio de cómo el marketing puede influir en la cultura gastronómica, logrando ganarse un lugar especial en las mesas navideñas, demostrando que incluso las tradiciones más modernas pueden volverse indispensables en las festividades.