Manuel Vilas (Barbastro, 1962) viste unos vaqueros rectos y una camisa clara estampada. Lleva unos zapatos azules, de piel, unos calcetines burdeos y un reloj blanco: a él le encantan estas cosas. En su despacho hay una maleta abierta, un escritorio desordenado, una silla con tres americanas colgadas en el respaldo y un aroma a vida rápida, como de puerta a punto de cerrarse. «Mañana me voy otra vez», dice el hombre, que pasea sus sesenta y dos años por el mundo vendiendo su mercancía de feria en feria, de Pamplona a Hong Kong, de Barcelona a México, de Italia a Francia y de ahí a Argelia, un itinerario en el que lo más importante es no gastar ni un...
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