Pues bien, me pegué la lotería. No el “gordo” de navidad, pues nunca he jugado ni chances y rifas, las inevitables para no ser un ogro, pero sí dos semanas sin columnas, los próximos dos jueves, ajeno a la debacle de la página vacía y la urgencia de escribir algo que, ojalá, ayude a una conversación pública con cierta enjundia. O así me dijo la editora. Mi papá dice que no debo desaprovechar una ventana de opinión, pero luego de unas novecientas columnas, a veces el “maní” no da para mucho o ya me lo comí. Así que los veré por tele.
Me alegro, como pocas veces, de terminar un año que, en lo personal —y no tengo todavía muy claras las razones—, ha resultado farragoso, como cuando uno atraviesa un barreal y cada paso se torna difícil y se sale de una para caer en la otra. Digamos que tuvo la cualidad de condensar lo que normalmente sucedía en varios. ¿O es que me estoy poniendo viejo? Quizás, quizás, quizás … dice el bolero.
Pero esa sensación de vivir muchos años en uno, de un tiempo caótico y acelerado, tal vez no sea una pura impresión mía ni el resultado de estar pegado a las redes sociales. En verdad, casi no participo en ellas, pues procuro cuidarme del ruido y cuidar también mi salud. También, lo confieso, me cuesta pensar y, al mismo tiempo, revisar el último tiktok, quizá porque siempre me costó caminar y comer chicle a la vez. En fin…
Ha sido un año pródigo en eventos y personajes desagradables, pero muy amarrete en buenas noticias. Guerras, crueldad, apología del odio, el triunfo de la desinformación y del maltrato como virtud cívica, el premio a los peores y la exaltación del maltrato a los débiles como prueba de poder. Ese miedo profundo a lo que sigue, en el mundo, pero también en mi país. O tal vez hubo una catarata de eventos esperanzadores, pero sencillamente no la vi por andar rumiando mi pesimismo, o quizá las cosas buenas nunca son noticias. Que también uno ve lo que quiere ver.
Hay que estar vivo, sin embargo, para sentir todo eso que se ha anudado en mi corazón. Y estar vivo, y con salud, es de agradecer. Y agradezco. Y tener amigos y gente querida y tener la oportunidad, en estos días de Navidad y año nuevo, de verlos, compartir con ellos, abrazar y que me abracen. Eso es mi deseo de esta última columna del 2024: la intimidad del abrazo fraterno. Pásenlo bien, que la vida siempre nos da otra oportunidad … hasta que no.