Circulaba cargado con la compra del supermercado. En esas situaciones camino abotargado por un complejo de bochornoso perdedor. La dichosa compra. Frente a la emocionante vida del farandulero que se dedica a los medios de comunicación con mayor o menor fortuna, pero siempre con buen espíritu, luego te acuchilla la cruda realidad. Y ahí estás, en el momento de la intendencia, en ese trance de vulgar humano de carne y huesos condenado a las tareas domésticas acarreando la ingrata bolsa de la subsistencia básica para el fin de semana. Inmerso en esas cavilaciones, a las 6 de la tarde, topé contra una pandilla que salía achispada y culebrosa desde un restaurante. Conté ocho personas. Sólo había un par de chicos...
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