Una lista con mucho cine español, documentales y alguna sorpresa que selecciona lo más interesante de los filmes estrenados del 1 de enero al 31 de diciembre de este año
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2024 fue un año lleno de hitos para el cine español. Comenzó con unos Oscar donde la presencia de nuestro cine se multiplicó gracias al éxito de La sociedad de la nieve y la hermosa sorpresa de Robot Dreams. No pudieron ganar, pero demostraron que el cine español se encuentra en un momento excelente.
Algo que se confirmó con el premio a Jonás Trueba en la Quincena de Realizadores de Cannes; con el premio a la Mejor interpretación femenina para Karla Sofía Gascón por Emilia Pérez y, sobre todo, el histórico León de Oro para La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, primero para una película 100% española y primer premio gordo de un festival de clase A para el director.
Un nivel que se aprecia viendo esta selección de las mejores películas estrenadas entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2024 (lo que deja fuera todas aquellas vistas en certámenes internacionales pero pendientes de estreno en España). Sin orden concreto, solo el alfabético y con una pista de dónde se pueden ver aquellas que ya se encuentran disponibles en algún sitio.
Un musical, dirigido por un francés, ambientado en México y sobre una narco. Por si fuera poca locura, con una española al frente del reparto, ese terremoto llamado Karla Sofía Gascón dispuesta a hacer historia y ser la primera actriz trans en estar nominada al Oscar. Se lo merece por ser el centro y el corazón de esta historia que siempre navega al filo del ridículo y que incluso no tiene miedo a caer en él para siempre levantarse y caer de pie. Un musical sobre un narco que transición a mujer en medio de los feminicidios de México. Una trama surrealista que solo en manos de Audiard podía convertirse en una de las películas del año. Solo su primer número musical te deja con la boca tan abierta que uno le concede todo después; incluido que Selena Gómez no hable ni papa de español.
Quién nos iba a decir que el maestro del melodrama era capaz de depurar su estilo hasta crear un drama tan delicado y frágil como la nieve rosa que cae en uno de los momentos más hermosos de La habitación de al lado. La primera película de Pedro Almodóvar en inglés es un prodigio de delicadeza que, de la mano de dos actrices maravillosas, crear una historia de amistad femenina que tiene algo de cine de fantasmas y un homenaje a Dublineses como leitmotiv. Una película que es mucho más política de lo que puede parecer a simple vista, que da la vuelta a la forma en la que el cine mira a la muerte ―ese plano de Tilda Swinton poniéndose guapa para despedirse y pintándose los labios mirando a cámara―, y que esconde en su sencillez un trabajo de puesta en escena magistral, de reflejos, composición y planificación minuciosa.
Alice Rohrwacher tiene una de las miradas más personales del cine actual. Una que bebe del realismo mágico para crear fábulas contemporáneas que hablan del mundo. Un cine que parece salido de otro tiempo. Tras la magnífica Lazaro Feliz lo reconfirma con La quimera, una película sobre el expolio de arte etrusco en Italia gracias a la desconocida figura de los Tombaroli, unos ladrones encantadores que entran en las tumbas para vender lo que encuentren a marchantes de arte y sobrevivir. Con un tono casi naif, en donde la fábula y la mezcla de formatos y recursos se suceden, Rohrwacher termina disertando sobre la propiedad, sobre de quién es la tierra, sobre cómo romper la rueda capitalista y otras muchas constantes de su cine.
Nunca el holocausto se había mostrado así. Sin una muerte. Sin una gota de sangre. Y, sin embargo, convirtiéndose en el retrato doloroso y casi físico del terror más absoluto. Jonathan Glazer realiza una libérrima adaptación de la novela de Martin Amis para retratar eso que se definió como la banalidad del mal. Glazer va más allá. No solo ellos fueron los monstruos, eso es muy fácil. Al mostrar lo aburrido y absurdo de la cotidianeidad de esa familia nazi nos identifica con ellos. Y nos hace ver que todos somos perpetradores. Lo hace con una propuesta ética y estética, que nunca muestra el horror de forma explícita, pero que recurre a un dispositivo maestro para lograr provocarnos un mal cuerpo que termina en vómito, como el de ese soldado en nazi capaz de ver el futuro en una escena final para el recuerdo. Una obra maestra.
En un mundo donde los directores miden sus egos en forma de planos secuencias, apuestas visuales apabullantes y artefactos complejos, llega Alexander Payne para demostrar que a veces lo más sencillo es lo mejor. Una puesta en escena limpia, un montaje transparente y la fuerza de un guion que reivindica la bondad y la empatía en un mundo cínico. Los que se quedan es un retrato de perdedores de los que tanto le gustan, esta vez con la desigualdad de clases y la guerra de Vietnam de fondo gracias a la unión de tres personajes a los que solo quieres abrazar y decirles que todo va a ir bien.
Dos documentales que triunfaron en Berlín y que merecen todos los premios este año. El primero es el retrato en pleno barro de la ocupación israelí en un pueblo de Cisjordania. Es cine de guerrilla, activista y político, pero no solo eso. Es contar desde lo íntimo un problema que solo se cuenta desde los grandes titulares y que aquí se ve desde las heridas de una familia como la de todos. También es la historia de dos amigos, Bassel Adra, palestino, y Yusev Abraham, israelí, que afrontan juntos la tarea de mostrar al mundo un genocidio que muchos no quieren ver. Desgarradora.
Por su parte, Mati Diop acude en Dahomey al fantástico del que ya bebía su Atlantique, pero ahora lo hace con un documental que bordea los terrenos de la ficción y la no ficción para contar la historia de los 26 tesoros que el Gobierno francés devolvió a Benín. Diop aborda un tema en el centro del debate cultural, la descolonización de los museos, y lo hace dando voz a uno de ellos para contar la historia de uno de esos países saqueados. Pero también a la gente joven que discute sobre si es suficiente, un gesto innecesario o un símbolo importante que esas obras regresen a su país de origen.
Un musical sobre la eutanasia con Ángela Molina y Alfredo Castro. Con música original de María Arnal y coreografías de La Veronal. Pues es que solo con eso ya es suficiente para que Polvo serán sea uno de los proyectos más interesantes del cine de este año, pero es que encima la increíble sensibilidad y buen gusto de Carlos Marqués-Marcet y el guion que escribe con Coral Cruz y Clara Roquet aborda el tema de la muerte digna desde lugares nada cómodos ni visitados. Huyendo del maniqueísmo, con una inteligencia y un riesgo que les podría haber hecho perder el paso. Nunca lo hacen. Una joya que debería colocar de una vez por todas a Marqués-Marcet como uno de los grandes directores del momento del cine español.
Echábamos mucho de menos a Mar Coll, una de esas pioneras no siempre reconocidas en el cine español. Su regreso ha sido sorprendente porque a los temas que siempre le han interesado se ha unido una apuesta por un terror realista que ha convertido a Salve María en uno de los retratos más diferentes sobre la maternidad. Pone el foco en esas mujeres que se arrepienten de ser madres pero que nunca se atreven a decirlo. Lo hace coqueteando con el body horror y descubriéndonos a una actriz poderosa, hipnótica y diferente, una Laura Weissmahr que debería estar en todos los premios del año.
Tenía que ser Isaki Lacuesta quien nos demostrara que los biopics musicales son aburridos y académicos porque nadie les pone alma. Su talento ha convertido la historia de Los Planetas en un filme hermoso sobre la amistad y sobre el amor, porque en el fondo lo de Jota y Floren es una relación de pareja de toda la vida. Una película que trasciende las normas acartonadas del género como lo hace otro de los fenómenos españoles del año, la preciosa La estrella azul, que ha colocado en el foco a Javier Macipe, quien nos descubre en un juego de ficción y documental la historia de Más Birras con otro excelente descubrimiento, el de Pepe Lorente, y un final de lágrima en los ojos.
Jonás Trueba ha ido madurando como director, y lo que en otros cineastas suele venir unido a un engolamiento en la voz y a una gravedad en las formas, aquí ha sido casi al contrario. Trueba se ha despojado de ataduras, de la presión de la industria y de ciertos amaneramientos dramáticos para ir convirtiéndose en uno de los cineastas más libres en España. Uno que es capaz de encadenar un documental de más de tres horas sobre la juventud actual donde ficción y no ficción se daban la mano (Quién lo impide) con una película de apenas 70 minutos (Tenéis que venir a verla). En ese crescendo entrega su mejor obra, una que en su aparente ligereza entrega una emocionada carta de amor a la rutina, a madurar, a los amigos y a su propio padre. Todo con un ánimo juguetón que emociona poco a poco hasta caer rendido.