París. El histórico líder centrista François Bayrou, de 73 años, fue designado este viernes como primer ministro de Francia por el presidente Emmanuel Macron, con la misión de formar un gobierno capaz de evitar un nuevo voto de censura como el que provocó la caída de su antecesor, Michel Barnier, el 3 de diciembre tras apenas tres meses en el poder.
Bayrou, fundador del Movimiento Demócrata (MoDem) en 2002, espera contar con el apoyo o la abstención del bloque parlamentario macronista, gran parte del partido conservador Los Republicanos (LR), todo el espectro centrista y un amplio sector de los ecologistas. Durante las arduas consultas realizadas por Macron en los últimos días, también parecía asegurado el respaldo del Partido Socialista (PS). El líder del PS, Olivier Faure, insistió hasta último momento en condicionar su acuerdo a la “designación de un primer ministro de izquierda”. Hasta el anuncio del nombramiento, a mediodía hora francesa, Faure no había precisado su posición.
Esa reticencia se explica por las consecuencias que puede tener el respaldo del nuevo jefe de gobierno, pues implicaría una ruptura de facto con sus aliados del Nuevo Frente Popular (NFP). Esa alianza de izquierda fue creada hace seis meses en torno al partido La Francia Insumisa (LFI), que inspira el líder de ultraizquierda Jean-Luc Mélenchon.
Esa incertidumbre política tiene una importancia capital para decidir si Bayrou podrá contar con la mayoría necesaria para impulsar un programa de saneamiento de la economía francesa y la aprobación de una “ley especial” para garantizar la administración del país, basada en la prórroga del presupuesto de 2024.
Profesor de letras, en casi medio siglo de carrera política, Bayrou presidió varias formaciones centristas hasta consolidar un fuerte polo en torno al MoDem, que preside desde 2002. Desde 1979 fue varias veces diputado, parlamentario europeo de 1999 a 2002 y ministro de Educación. En 2017 fue fugazmente ministro de Justicia. Debió renunciar al cabo de pocos meses, acusado de utilizar fondos del Parlamento Europeo para financiar las actividades de su partido. Finalmente, tras un largo proceso, fue absuelto de culpa y cargo. Ese episodio lo hirió profundamente dado su fuerte europeísmo.
En tres ocasiones representó las esperanzas de la corriente moderada tradicional de la política francesa. Al margen de su peso electoral, siempre fue considerado un hombre de enorme influencia en la opinión, al punto de ganarse el apodo de “hacedor de presidentes”.
Por primera vez, su ascendencia tuvo un impacto determinante cuando, a pesar de las diferencias ideológicas, se pronunció a favor del socialista François Hollande en la elección presidencial de 2007. Nicolas Sarkozy nunca le perdonó esa actitud, que considera como el factor determinante de su derrota, y desde entonces le profesa un rencor inextinguible.
En 2012 volvió a poner en juego su influencia al apoyar a Emmanuel Macron, lo que le permitió pasar a encabezar los sondeos y ganar la elección frente a Marine Le Pen. Desde entonces, el actual presidente lo distingue como un hombre de consulta permanente y lo considera su mayor “aliado histórico”.
A pesar de sus pronunciamientos contundentes, siempre fue considerado uno de los hombres políticos más respetados de Francia, abierto al diálogo y respetuoso tanto de las formas como del fondo de su acción. Incluso Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Reunión Nacional (RN), reconoció en público que era uno de los pocos dirigentes que siempre la trató con respeto. “Aun en los momentos de peor desacuerdo, siempre actúa como un caballero”, reconoció. También mantiene excelentes relaciones con sindicatos, empresarios y con la jerarquía de las tres religiones monoteístas.
Como sexto primer ministro de Macron –después de Édouard Philippe, Jean Castex, Élisabeth Borne, Gabriel Attal y Michel Barnier–, Bayrou deberá apelar a todo ese arsenal de recursos para obtener la aprobación de la “ley especial” por mayoría parlamentaria sin recurrir al arma del artículo 49.3 de la Constitución. Sin embargo, ese recurso puede generar el riesgo de quedar sometido a un voto de censura, como el que provocó la caída de Barnier.
Para evitar ese peligro, los dirigentes del “bloque central” –es decir, todos los partidos con excepción de la extrema derecha y la ultraizquierda– exploraron en los últimos días la búsqueda de un consenso para adoptar un “pacto de no censura”.
Bayrou estará obligado a adoptar un ritmo vertiginoso para formar gobierno y reanudar las discusiones sobre el proyecto de presupuesto para 2025. La “ley especial” que lo autoriza a actuar sobre la base del presupuesto de 2024 debe ser presentada el miércoles próximo al Consejo de Ministros y debatida el 16 de diciembre en el Parlamento. Pese a todo, igual será necesario adoptar un presupuesto para 2025, sobre todo para implementar las drásticas medidas necesarias a fin de reducir el déficit fiscal, que llegará al 6% del PBI a fin de año.
También buscará esforzarse para limpiar las máculas que salpicaron el prestigio financiero de Francia en los últimos meses. La segunda economía de la Unión Europea (UE) detrás de Alemania es, en este momento, el “peor alumno” del bloque. El país registra un déficit del 6% del PIB, ampliamente superior al 3% que admiten los criterios de convergencia de la zona euro, y tiene una deuda pública cercana al 120%.
El proyecto de ley de Finanzas (PLF) para 2025, que había preparado el gobierno de Barnier, preveía que el servicio de la deuda pasaría de 55.000 millones de euros el año próximo a 65.000 millones en 2026 y a 75.000 millones en 2027.
Su nombramiento, sin embargo, fue acogido con extrema frialdad por los dos principales partidos ubicados a ambos extremos del hemiciclo. “Están abiertas todas las posibilidades”, afirmó Philippe Ballard, portavoz del RN, mientras que el presidente del partido, Jordan Bardella, anunció que “no censurarán a priori” a François Bayrou. Por el contrario, el diputado mélenchonista Éric Coquerel proclamó: “Moción de censura inmediata”.