Mientras que la mayoría de RPG de acción llevan de la mano a los jugadores, el videojuego de Capcom, repleto de fricciones, da libertad casi absoluta para ofrecer una aventura en mayúsculas.
En el recuerdo de los jugadores que tratan de seguir el ritmo de los lanzamientos más importantes del año,
Dragon's Dogma 2 ha podido quedar eclipsado por el estreno de títulos de más renombre y de sorpresas inesperadas. Pero nuestras partidas con el
RPG de acción de
Capcom siguen estando entre las más memorables de 2024. En un género donde lo habitual es llevar al jugador de la mano, la obra dirigida por
Hideaki Itsuno hace lo opuesto:
simula un mundo y establece unas reglas con no pocas fricciones para que vivamos una
aventura con libertad casi absoluta que siempre se percibe propia, nuestra y de nadie más.
Su virtud radica en
el viaje y en las situaciones, muchas de ellas emergentes y otras más dirigidas, que ocurren durante el mismo. De hecho, el argumento es un tanto pobre, al igual que muchas de las historias que nos cuentan en las misiones secundarias (que nunca se explicitan como tales, toda una declaración de intenciones). Como el Arisen, nuestro objetivo no es otro que acabar con el dragón que amenaza este
mundo de fantasía medieval con magos, soldados, arqueros, cíclopes, trasgos y muchas otras bestias mitológicas.
Vídeo:Aunque es curioso cómo se las apaña para reestructurar la historia cuando avanzamos por ella en el orden menos ideal y es digno de elogio la
variedad de maneras que ofrece para cumplir muchos de los objetivos, la meta es poco más que una excusa para que nos embarquemos en un
viaje inolvidable y arduo, y por ello memorable. Rompe con muchas de las tradiciones del videojuego moderno:
el viaje rápido es prácticamente inexistente, no tiene compasión si nos pilla desprevenidos la noche (cuando los caminos son todavía más peligrosos) y obliga a
prepararse a conciencia antes de cada trayecto.
Una simulación que genera combates épicos
Porque en cada uno de nuestros viajes sucederán muchas aventuras, entendidas estas como
combates épicos e inolvidables. El mayor valor de
Dragon's Dogma (también del primero) está en que su mundo
no es un escenario o un decorado, sino una simulación. Los personajes en apuros, las emboscadas de trasgos, los grifos que aterrizan desde los cielos, los ogros que se ocultan en los bosques, las grandes bestias que combaten entre ellas al encontrarse, los cíclopes que tropiezan en un risco para formar un puente inesperado...
Casi todo
sucede por pura casualidad, por las reglas y los sistemas que rigen la simulación y que se cruzan entre ellas, generando así situaciones imprevisibles, muchas veces irrepetibles y que quedan para el recuerdo. Situaciones, en su mayoría, que dan lugar a combates épicos donde, de nuevo, la simulación les da su seña de identidad.
Claro que es importante que cualquiera de las
muchas vocaciones sean divertida de utilizar y cada una tenga su propia identidad a los mandos, pero lo fascinante es que nuestras flechas propaguen la electricidad por el río friendo a los adversarios, que
los enemigos más grandes cojan a los más pequeños para lanzárnoslos, que veamos cómo se coordinan pequeños ejércitos y cómo
al escalar sobre enormes bestias estas puedan salir huyendo o volando para continuar el enfrentamiento en un lugar inexplorado.
Todo ello casi deja en segundo plano al sistema de peones que tanto definió a la primera entrega y que continúa presente, evolucionado, en esta.
La aventura no la vivimos en solitario, sino con un compañero creado por nosotros y controlado por la inteligencia artificial, y otros dos, también manejados por la máquina, que proceden de las partidas de otros jugadores. Juntos
colaboran tanto en la exploración como en los combates, descubriéndonos secretos del mundo que conocieron en anteriores aventuras o impulsándonos con el escudo para que podamos agarrarnos a un dragón.
Al escribir estas líneas y al recordar algunos de los momentos que vivimos a finales de marzo, nos dan ganas de volver a este mundo, sobre todo ahora que
han sido limadas algunas de sus asperezas inintencionadas, como los fallos de rendimiento (provocados, precisamente, porque
la simulación era demasiado exigente para las consolas y los ordenadores actuales). No lo dudéis: si os gustan los videojuegos que os hacen
trabajar duro para recompensaros con momentos increíbles, esta es una aventura que tenéis que vivir.