Estamos cada día más cerca de que el mundo descubra cómo Maduro, los hermanos Rodríguez, Padrino, Cabello, familiares de Chávez y muchos otros han sostenido su poder a través de un entramado criminal.
Bajo las órdenes de Hugo Chávez, el papel de Venezuela en el negocio de la cocaína aumentó sustancialmente. Con Nicolás Maduro el crecimiento fue exponencial. Una vasta infraestructura de plantas modernas y medianas, distribuidas estratégicamente a lo largo del territorio nacional, produce toneladas de narcóticos que son vendidas a una infinidad de cárteles extranjeros responsables de la exportación.
El régimen monopoliza la producción utilizando materia prima importada y deja a los cárteles la logística para llegar a los mercados globales. Los pagos se realizan en criptomonedas, mientras que las ganancias se reparten en “cuotas” entre figuras clave de la nomenclatura civil y militar del régimen.
Así funcionaba también en Siria.
Con la caída del régimen de Al-Assad están surgiendo impactantes videos de enormes plantas de producción de Captagon en toda Siria. Estas fábricas, ocultas a plena vista, fueron la columna vertebral de un narcoestado multimillonario que financió una década de brutalidad.
El Captagon no era solo una droga: era un arma de supervivencia para el régimen, que sostuvo el poder de Al-Assad a través de la adicción y el dinero manchado de sangre. La magnitud de este imperio revela la complicidad de altos mandos del régimen, milicias y aliados regionales como Hezbolá, que convirtieron a Siria en la capital mundial del Captagon.
Durante años, las ganancias de este comercio ilícito financiaron la guerra, aplastaron la disidencia y corrompieron la estabilidad regional. Los países vecinos pagaron el precio con adicción y rutas de contrabando, mientras el mundo miraba hacia otro lado.
Ahora, con la caída del régimen, la verdadera escala de este narcoestado finalmente sale a la luz. Es un recordatorio contundente de cómo la supervivencia de una dictadura se dio a costa del futuro de su pueblo y de la seguridad regional.
Nicolás Maduro y su banda de narcos deben entender que lo que han hecho a plena luz del día está por salir a la luz pública. Ha tomado tiempo, Estados Unidos y otros países tienen toda la evidencia en sus manos: han decomisado toneladas de cocaína, cuentan con testigos que han confesado y entregado información detallada, e incluso existen acusaciones selladas en Estados Unidos vinculadas a este vasto emporio criminal.
La brutal represión que vemos tras la aplastante derrota electoral que sufrió Maduro el 28 de julio es una reacción desesperada de un narcoestado que, por razones que pronto se conocerán, falló en alterar electrónicamente los resultados electorales como confiaban. Hoy son narcos quienes arrestan, narcos quienes torturan, narcos quienes asedian embajadas y amenazan a gobiernos pusilánimes y a los cobardes embajadores de países democráticos que aún permanecen en Venezuela.
Pero tengan claro: son narcos los que están a punto de caer, como cayeron los carniceros y narcotraficantes de Damasco.
El reto más grande para los venezolanos, tras la caída de Maduro y su banda, será garantizar el desmantelamiento total de esta infraestructura criminal. Debemos reconstruir un país donde la prosperidad y la criminalidad no estén entrelazadas, y donde el crimen organizado no se normalice jamás.
No será fácil, pero estamos cada día más cerca de enfrentar el legado hipercriminal de una involución que decidieron llamar “revolución bolivariana”.
La entrada Desmantelando un narcoestado: Captagon y cocaína se publicó primero en EL NACIONAL.