Ojalá fuera la torta como las “legítimas y acreditadas” de Inés Rosales, las mismas que llevaron a la Gran Manzana los diseñadores sevillanos Victorio & Lucchino, diciéndoles a los guiris que eran las de Rita Hayworth, en el siglo y para su familia sevillana, Margarita Cansino. Digo lo de la mala suerte del ministro, porque la torta de Ernest Urtasun debe tenerla “en todo lo alto”, como decimos en el Sur, cuando ilustramos a quien no se entera de nada por mucho que quiera. “Esta torta de Urtasun” le impide al hombre, pese a su formación francesa, no comprender la trascendencia que para Europa conlleva la reapertura de Notre Dame de París y explicar que dejó a España a la altura de betún para disfrutar de una tarde de circo. “¡Qué torta le daba!”. Ni él, que fue a ver a los payasos, ni el presidente de Gobierno, ni el Rey. España, ni estaba ni se le esperaba, en una ceremonia a la que asistieron casi medio centenar de Jefes de Estado. Una cita histórica en un monumento clave para entender la cultura, de la que él es responsable ante los españoles, occidental. Había que irse al circo, eso sí, sin avisar al resto del Gobierno y así montar el show completo “pijo-progre”. “Bien, Urtasun, bien!”, y el hombre se viene arriba, contando lo apenado que se encuentra por el asesinato de Miguel Hernández, rematando la faena. Urtasun, me consta, es una persona educada, con criterio y además cuenta con una profesión fuera de la política, lo que le honra viendo el panorama que sufrimos; pero su defecto anida en los prejuicios que gran parte de la izquierda española sufre y nos hace sufrir. Debería saber que nuestra aconfesionalidad se la debemos a la Francia republicana, donde sin complejos, celebraron la restauración del edificio bajo las bóvedas góticas por el mal tiempo. Como también que el poeta de Orihuela murió en una cárcel franquista por tuberculosis, no asesinado. Torta, que eres un torta.