¡Farlopa! Ese fue el grito: ¡Farlopa! Lo escuché y no conseguí reírme mientras oía sus carcajadas. Los chistes se sucedían aludiendo con sobreentendidos a las drogas en horario 'prime time'. No soy de risa fácil. Debe ser el cambio generacional, me dije, que no entiendo este sentido del humor. o mi temperamento melancólico. Pero yo soy liberal, me reconvengo a mí misma con poca convicción, firme defensora de la libertad de expresión. A lo mejor me hago mayor, me sigo diciendo, a lo peor estoy involucionando y deviniendo en una reaccionaria, una fascista más en esta época de aluvión epidémico. No, no hay libertad que valga en las adicciones. Es una 'contradictio in terminis'. No puede existir una mientras exista la otra. Mientras continúan las risotadas, evoco entonces a 'El Adolescente' de Dovstoievski: si quieren ustedes estudiar a un hombre y conocer su alma, no presten atención a la forma que tenga de callarse, de hablar, de llorar, o a la forma en que se conmueva por las más nobles ideas. Miradlo más bien cuando ríe. Aún guardo recuerdo de otro grito, yo apenas era una adolescente en aquella España de los 80, la Movida y Tierno: «¡Rockeros, el que no esté colocado que se coloque y al loro!». La epidemia de la heroína se llevó por delante a toda una generación que cuando pudo advertir las falsas promesas envueltas en aquella romantización de mística liberadora y rebelde ya era demasiado tarde. Quedan como testigos de excepción de aquellas tragedias domésticas cotidianas las madres dolorosas de la droga, auténticas Antígonas ya ancianas en medio de la desmemoria actual. Y algunos hijos huérfanos de aquella generación perdida testimoniando con sus heridas de infancia que la vida se empeña en abrirse camino. Vean los más jóvenes si no me creen 'Verano del 93', de Carla Simón, recreando en el cine de 2017 cómo el amor felizmente pudo imponerse al dolor y la muerte. La cocaína y su aureola de triunfo y sofisticación no es más inofensiva. Solo la hipocresía de quien no quiere ver puede engañar y engañarse. Es el psicoestimulante ilegal más usado en el mundo, más de veinte millones de consumidores y subiendo. Tiene una gran capacidad adictiva. Causa graves complicaciones tanto físicas como psíquicas, desde infartos de miocardio e ictus cerebrales con mortalidad asociada hasta elevado riesgo de suicidio consumado, pasando por graves cuadros psiquiátricos como psicosis con alucinaciones y delirios en el 50 por ciento de sus consumidores. Por no hablar de la violencia que a menudo sufren terceros, mujeres y niños, dentro y fuera del ámbito doméstico. El término «falopa» proviene del italiano dialectal «faloppa» para nombrar a un estafador, un engatusador, un tramposo. Sí, «falopa» es una mentira, una ilusión, un artificio, un engaño. No podría alcanzar con lenguaje científico mayor precisión que esa jerga autóctona. Sí, las drogas destruyen proyectos personales, laborales y familiares sin contar con el impacto que suponen a nivel social en forma de accidentes de tráfico o delincuencia asociada. Y lo hacen siempre igual, con el poder disolvente de la mentira. No hay droga inocua ni consumo con consecuencia cero . Sobre el cannabis aún tenemos que escuchar mensajes políticos que lo banalizan y reducen la percepción de su riesgo contra toda la evidencia científica disponible. Es un factor de riesgo evitable de psicosis y esquizofrenia y la droga ilegal más consumida entre los jóvenes donde el fenómeno contagio y las conductas imitativas son más frecuentes, en una etapa en que aún se está en búsqueda de la propia identidad. Lo perentorio es hablar de prevención de las adicciones hasta el último rincón como el problema de salud pública que es, y no de legalización. Sabemos los efectos de la legalización del uso recreativo en los países donde se ha llevado a cabo que apuntan a mayor disponibilidad y accesibilidad, menor coste, más potencia, más variedad de presentación, normalización de uso, mayor aceptación social, e inicio más precoz del consumo, sin lograr eliminar el mercado negro. Paradójicamente además esas propuestas que trivializan su consumo provienen de quienes primero se envolvieron en la bandera de la salud mental y luego la han terminado usando como pliego de descargo en el límite de la contradicción entre la persona y el personaje. Asistimos a un momento repleto de liderazgos narcisistas a diestra y siniestra a nivel nacional e internacional. Hay tiempos que no merecen que estemos a su altura que escribiera el poeta Karmelo C. Iribarren. No cabe equiparación posible en la asunción de responsabilidad entre los que quieren ganar la batalla del relato falseándolo y los que lo sufren y resultan sus principales damnificados por más que el poder ejercido de esta forma destruya también a quien lo ostenta enfermizamente. En este sentido el poder es una droga muy dura. Se es mucho más sensible al refuerzo placentero que confiere su ejercicio ególatra que al miedo a un castigo ante el que se siente impunidad megalomaníaca. «Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder», decía Lincoln. El falso yo reemplaza al verdadero yo del narcisista patológico como un huevo huero y tiene como objetivo protegerlo de sus fallas humanas al atribuirse a sí mismo la omnipotencia. Así pretende que su falso yo inflacionario es real y exige que los demás afirmen esta confabulación. No tienen ni quieren tener quien les susurre 'memento mori'. Sus narrativas maximalistas de purezas de todo tipo no son más que señuelos y atrezo de tamaño autoconcepto. Si nuestras ideas chocan con la realidad hay que prescindir de la realidad, dicen que decía Lenin. Cuando además se eleva a estándar de excelencia moral la ética del engaño cómo se explica la conquista y permanencia en el poder así, se preguntan muchos. Presenciamos una suerte de sarcasmo, de broma infinita que escribiera Foster Wallace, de entretenimiento fallido de histriones mirándose al espejo. El espectáculo del poder solipsista y ensimismado en un ejercicio de onanismo autorreferencial fascina y mantiene adherido a todo el que lo mira, hasta que es demasiado tarde. La verdad es la primera víctima de la broma infinita escribió su autor, y su principal antídoto, añado yo. Esa que permite el descentramiento y la sustitución de la obsesión de posteridad por la responsabilidad con el legado que diferencia a los estadistas de los oportunistas. Hay una tristeza y hastío común que lo impregna todo en la compulsión alienante que persiguiendo el placer a través de una sustancia, un 'like' o del ejercicio del poder por el poder se encuentra con la evidencia del vacío, en definitiva con la nada. No es posible consumir sin consumirse. Algunos son mortales y aun no lo saben, aunque su agónica resistencia se alargue como la broma infinita hasta el derrumbe narcisista, el gran hundimiento. Y aquí sigo, sin conseguir reírme de esta broma que no se acaba. Aguardo leyendo 'Odio, vacío y esperanza', del gran estudioso de la patología del narcisismo, Otto Kenberg, y lo alterno con Cortázar: Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.