Por Elena Bernardo. En la primera escena de «Todos eran mis hijos», de Arthur Miller, el protagonista está leyendo el periódico; su interés se centra en los anuncios por palabras, que lee en voz alta. «Se compran diccionarios antiguos», reza uno de ellos. «¿Qué pensará hacer con un diccionario antiguo?», se pregunta. Yo estaba sentada en el patio de butacas, y la pregunta me atravesó como si fuera dirigida a mí. Mi mente se fue a otro lugar: ¿piensa el común de los mortales que los diccionarios antiguos carecen de interés? ¡Se me ocurren montones de cosas que hacer con ellos! Consultarlos. Leerlos. Compararlos. Saborearlos. [...]