En una sociedad con preocupantes tasas de ansiedad infantojuvenil, sorprende que los centros educativos no incorporen árboles y plantas a los espacios donde los alumnos salen a descansar de la actividad académica
En las grandes ciudades, donde los niños y adolescentes tienen pocas ocasiones de rodearse de naturaleza, observo desesperanzada cómo siguen siendo los patios de muchas escuelas e institutos. Cemento, ladrillo. Grisura. En la mayoría de ellos árboles y plantas ni están ni se les espera, pese a que la neurociencia ha demostrado que la naturaleza se revela como un refugio para nuestro cerebro en un mundo frenético dominado por la tecnología. Refugio especialmente necesario en el caso de las personas neurodivergentes. Sabemos que el contacto con la naturaleza tiene un impacto positivo en nuestro bienestar tanto físico como emocional. Nos ayuda a reducir el estrés, mejora la atención, la memoria y la creatividad.
En una sociedad con preocupantes tasas de ansiedad infantojuvenil, sorprende que los centros educativos no incorporen árboles y plantas a los espacios donde los alumnos salen a descansar de la actividad académica. Patios verdes que serían auténticos oasis para recargar las pilas de esa energía constructiva que predispone al aprendizaje. Algo que se aleja bastante de lo que se aprecia hoy en muchos recreos. Juegos dirigidos, objetos prohibidos como la goma elástica o las cuerdas, en aras de la seguridad. Por no mencionar que es durante el recreo cuando a los abusones les resulta más fácil perpetrar sus fechorías, aprovechando el ángulo muerto del profesor, que vigila desde una esquina.
Lo cierto es que se sigue mandando a los niños al patio como si fueran ganado. A desfogar, a un entorno ruidoso y a menudo mal diseñado. No suelen ser espacios amables, dotados de vegetación. Si tenemos en cuenta que interactuamos con la naturaleza a nivel físico, cognitivo y emocional, y que ese contacto reduce la actividad de la amígdala , responsable del estrés, es incomprensible que en los centros educativos no sean los árboles obligatorios, tanto o igual que un extintor o puertas cortafuegos. Nos conformamos, asumiendo que la naturaleza está solo en el campo, o en los parques, y que no podemos integrarla en los espacios urbanos. Nos conformamos, aunque sepamos la cascada de reacciones que se producen en el cerebro simplemente al sentarnos bajo un árbol.
Yo digo que siempre se puede hacer más, y hay que hacerlo, luchar por que las escuelas no sean solo pupitres, ladrillo y cemento, desmarcándonos de la corriente que se sigue por inercia y que el patio deje de ser ese lugar gris.